Es el carisma, Pablo
Faltaban unos días para las elecciones autonómicas del pasado mayo en Madrid. Vi en las previsiones que había un acto del PP en un parque cercano a mi casa, y me acerqué para escuchar a la candidata. Las calles cercanas se fueron llenando de vecinos curiosos y simpatizantes del partido. Pero cuando apareció Isabel, con sus deportivas blancas y sus vaqueros oscuros, comprobé nuevamente lo que ya había visto otras veces con otros pocos elegidos: el carisma es un don natural de la persona.
Después del acto electoral, la después reelegida presidenta dio un paseo por el barrio para preguntar a los comerciantes cómo estaban llevando los rigores de la crisis derivada de la pandemia. Lo que vi durante ese recorrido me hizo prever los resultados que después arrojarían las urnas. A Díaz Ayuso la paraban por la calle todo tipo de ciudadanos, jóvenes y mayores, españoles y extranjeros, de clase acomodada y de clase humilde. Dos chicos que iban en moto se bajaron de la misma, aprovechando un semáforo en rojo, para hacerse un selfie con ella. Había que verlo para creerlo.
El carisma, como el talento, como la inteligencia, como la simpatía, son dones que nos regala Dios, aunque algunos de ellos se pueden perfeccionar y pulir. Todos no valemos para hacernos 300 fotos con desconocidos. Pero además, puedes hacerte las fotos con cara de acelga y mirando el reloj para ver cuándo termina el suplicio, o hacerlas con una sonrisa sincera, sin mostrar la menor prisa, disfrutando de lo que, objetivamente, es parte de la política: el contacto directo con tus posibles votantes.
En la "guerra interna" del PP provocada, al parecer, por la celebración del próximo Congreso Regional de Madrid, se han dicho muchas cosas, pero probablemente se ha silenciado la más importante de todas. Díaz Ayuso representa el ideario liberal-conservador en una joven que transmite cercanía, frescura y credibilidad. Alguien que se atreve a hablar de libertad en medio de un régimen social-comunista y que decidió salvar la pequeña y mediana empresa en vez de someterse al chantaje caprichoso de un comité de expertos inexistente.
El problema no es que Isabel Díaz Ayuso sea o no la presidenta del PP de Madrid, sino que el día después de las próximas generales, si Pablo Casado no es presidente del Gobierno, todas las cabezas se girarán hacia ella. Aunque ella no lo quiera, ni lo piense, ni lo pretenda. La buscarán como buscaba el Barça a Messi o como busca el Madrid a Benzemá, por la misma razón; porque cuando hay problemas es normal buscar a los que pueden ganar.
A Isabel, Dios le ha regalado el carisma político, como a otros les ha dado una memoria prodigiosa o una belleza apolínea. Si en los partidos reinase el sentido común, esto debería verse con agrado y sano orgullo. Pero los partidos políticos están formados por personas, y las personas a veces sienten envidia de otras que son mejores. Nada nuevo bajo el sol.