En los búnkeres de la II Guerra Mundial que visitaban los turistas hace poco, hoy se esconden de las bombas personas como usted y como yo. Personas que lo han perdido todo en unos días, que probablemente se tengan que pellizcar para comprobar que es verdad, que no es un mal sueño ni una pesadilla. Que la guerra ha vuelto a Europa y que puede convertirse en un conflicto mundial si Putin se empeña en ello.

Me estremece que tantas personas apoyen alegremente a uno de los dos bandos del conflicto por razones ideológicas. Con el mismo inevitable sectarismo con que eligen votar a un partido o animar a un equipo de fútbol. En las guerras nunca hay ganadores absolutos, nunca hay una parte que tiene toda la razón, nunca hay alguien que lo hace todo bien, nunca los hay perfectos e impolutos. La guerra es un fracaso. Y en las guerras, en todas, hay personas inocentes que sufren, lloran, se desesperan y mueren. 

Por eso yo no apoyo a Putin ni a Zelenski. Creo que desde 2014 las dos partes han podido hacer mucho por resolver el conflicto en el Donbas y evitar la muerte de 14.000 prorrusos en sus dos provincias. Han sido ocho largos años de amenazas y agravios, ignorados por Europa y por la OTAN, por todos los que ahora se escandalizan y asombran por las terribles imágenes de Mariupol o Kiev. En esto también tienen mucho que ver los MCS, con su tendencia a ignorar los conflictos en su estado embrionario y luego exhibirlos en la crudeza de su estallido final.

Es la guerra, y de nuevo en Europa. Ya no caen las bombas en Afganistán, en Irak o en países africanos que nos resultan tan ajenos. Ya no vemos las imágenes por televisión, sin inmutarnos, mientras comemos, no. Ahora tenemos la guerra al lado de nuestras fronteras, con efectos económicos que sentimos, con consecuencias nunca vistas en mucho tiempo. La guerra que nos contaban nuestros abuelos y que creímos que ya nunca más saldría de los libros de Historia. La guerra que hemos construido un poco entre todos, aunque para todos sea la guerra de Putin. 

Dejo a los grandes líderes de opinión que sean ellos, con su bola de cristal, los que decidan quiénes son más culpables. Yo prefiero que los juzgue el Único, omnipotente, que tiene autoridad real para hacerlo. Y rezo para que la Semana Santa nos traiga el silencio de los bombarderos, y el final del llanto de los niños, y la sonrisa confiada de sus madres. Rezo para que Cristo, en su victoria de Resurrección, nos regale otra Pascua con paz en los corazones.