Como si fuese el guionista de una película macabra hecha realidad, Pedro Sánchez ha tomado el Ministerio de la Verdad de George Orwell para hacer de España el estado totalitario que siempre ha deseado. El Gran Hermano de 1984 es, en manos de este PSOE echado al monte del sanchismo, aún más espeluznante que en la famosa novela. Un gobierno que convierte un estado de alarma en otro de excepción sin el aval del Parlamento y con un revés sin precedentes del Tribunal Constitucional. Cualquier otro presidente se hubiese tenido que marchar. Sánchez, no.

El actual secretario general del PSOE recuerda mucho a Largo Caballero, por varias razones. Primero, por su absoluta falta de escrúpulos morales. Segundo, por su evidente desprecio a las reglas más elementales de una democracia. Tercero, por su afán desmedido de enfrentar a los españoles. El “Lenin español” dijo que sólo respetaba la democracia si era la izquierda la que gobernaba, y se atrevió a desear la muerte “a la mitad de España”, la que no era socialista. Sánchez, obviamente, no va a usar nunca un lenguaje tan descarnado; lo suyo es el puro marketing político y una estrategia encaminada claramente a perpetuarse en el poder.

Como decimos, la sentencia del TC sobre el primer estado de alarma debería ser motivo más que suficiente para que un gobierno presentase su dimisión en bloque. Estamos hablando de hurtar derechos y libertades fundamentales sin tener capacidad legal suficiente para hacerlo. Ninguna broma, desde luego. Pero la cosa no ha quedado ahí. Sánchez, sin hacer la menor autocrítica ni pedir perdón a la ciudadanía, ha seguido adelante con su plan de seguir polarizando la sociedad española, reavivando fuegos ya apagados y removiendo huesos en tumbas que llevaban muchas décadas en paz y en silencio.

La llamada “ley de memoria democrática”, que lleva la firma de la defenestrada Carmen Calvo, y que ha “heredado” otro fontanero del PSOE genuflexo a Sánchez (Félix Bolaños), constituye un verdadero atentado a la libertad de opinión, de expresión, de cátedra, etc. Es no solamente un falseamiento obsceno de la Historia de España, sino aún peor, la obligación por parte de los ciudadanos (incluidos los historiadores) de acatar esa visión subjetiva, ideológica, torticera y burdamente manipulada de lo que ocurrió en España antes, durante y después de la Guerra Civil. Aquellos que se resistan a ver blanco lo que es negro, serán multados o encarcelados por este ejecutivo tan moderno y “demócrata”.

Si ya la profanación de los restos mortales de Francisco Franco resultó uno de los actos más repugnantes e ignominiosos cometidos por un gobierno europeo en las últimas décadas, lo que ahora pretende hacer Sánchez con la tumba de José Antonio Primo de Rivera merece un comentario aparte. Porque el fundador de la Falange, lejos de ser “franquista” (imposible, porque murió en 1936), fue una víctima más del Frente Popular marxista, que primero lo encarceló sin motivo, luego lo condenó sin pruebas, y finalmente lo fusiló en una tapia de la cárcel de Orihuela. Todo, como ven, exquisitamente civilizado y democrático, muy al estilo del PSOE de siempre. Y del PSOE de ahora, porque en lo esencial, es el mismo.

El Ministerio de la Verdad de George Orwell y Pedro Sánchez ha decidido que José Antonio no fue una víctima del odio marxista que condujo a la guerra entre hermanos, sino que fue “culpable” (nunca sabremos de qué) y, por tanto, sus restos mortales deben ser removidos de donde llevan 85 años (el altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos). Y da igual que a la familia de José Antonio le parezca bien, mal o regular, porque Pedro Sánchez impone y dicta, no dialoga. Salvo que uno sea separatista-golpista en Cataluña, entonces sí. Este ejecutivo súper demócrata se dedica a remover los huesos de algunos de los mejores hombres que ha dado la Patria en una forma de venganza especialmente cobarde y repulsiva.

Pero...esto es lo que votaron muchos miles de españoles, no la mayoría desde luego. Y esto es lo que nos espera durante el próximo año y medio. Una dictadura vestida de democracia, cada día más parecida a la de Venezuela, Bolivia o Nicaragua. Un estado totalitario con maravilloso celofán socialdemócrata. Un Gran Hermano al que ni siquiera inquieta una sentencia en contra del Tribunal Constitucional. Parece 1984..., pero es 2021.