Vaya por delante la certeza de que al zar de la Moncloa los ancianos le importan nada. Cuando la prudencia aconsejaba suspender el Mobile World Congress o el carnaval de Venecia, Sánchez retrasaba las medidas contra la pandemia para no entorpecer las marchas del 8M. Su vicepresidenta Calvo decía que aquella convocatoria era tan importante que nos iba la vida. Y, en efecto, decenas de miles de personas se jugaron la vida y la perdieron. La Universidad Rovira i Virgili tiene hecho el cálculo: el 8M aumentó en 20.000 el número de víctimas mortales por el contagio masivo.

Otra razón de peso para afirmar que los ancianos le importan nada es el nombramiento de Pablo Iglesias Turrión como general plenipotenciario para gestionar las residencias de ancianos. Un tipo criado en el espíritu de la checa se puso al frente de esa tarea con ufana disposición ante las cámaras de la televisión. Hoy gestiona un bar, tarea más al alcance de sus capacidades. Podríamos enumerar interminables chapuzas gubernamentales durante la pandemia. Pero estos dos detalles son suficientes.

En el quinto aniversario de aquellos destrozos agravados por las decisiones letales del gobierno, vienen a contarnos que en Madrid hubo muchos muertos en las residencias. Lo de Sánchez es trágico. Usa la televisión pública para intentar cambiar el relato. Todos sabemos que fue Madrid la primera que tomó medidas, y también que la gestión en Madrid, durante los tres años que duró el Covid, fue la mejor, la más eficaz, Zendal incluido. Esto es algo que el zar no soporta. Sánchez tiene lo peor de Putin y lo peor de Trump. Piensa que la política es una guerra y que en la guerra vale todo, y que la mentira es una bicicleta que debe pedalear sin descanso. Ningún documental borrará la realidad: España tuvo la peor gestión de la pandemia, y esa responsabilidad es exclusiva de Sánchez y de su comité de sabios, un comité integrado por una sola persona.