Los milagros de Aldama
Como un mago, como un taumaturgo, la confesión de Aldama y su excarcelación han provocado milagros y hechos extraordinarios que conviene anotar para que no caigan en el olvido. En horas, la factoría de agitación del palacio de la Moncloa convirtió en noticia nacional de primera plana los quejidos y lamentos de Broncano, incapaz de rellenar unos minutos de programa porque Pablo Motos le había birlado un invitado. En lugar de asumir el fracaso con dignidad, Broncano se lamentó entre lloros y pucheros, y se quejó ante la audiencia. Los diarios de la legión patricia del caudillo Sánchez y su coro de columnistas se pasaron dos días rompiéndose la camisa ante el escándalo. Llenaron páginas y columnas y ocuparon horas de televisión para desplazar a Aldama, que ha negociado con la fiscalía una sentencia atenuada en su rigor a cambio de información.
Todos los episodios de corrupción en España tienen un aire tragicómico y se desarrollan entre milagros, que intentan compensar o tapar la hondura de los pecados. A Aldama no le conocía nadie en el gobierno. Es otro de los hechos prodigiosos de este episodio. La Guardia Civil le condecoró, Sánchez se hizo fotos íntimas de camerino con el conseguidor, que repartía comisiones y coimas entre los jefes del PSOE en los bares que sirven torreznos frente a la sede socialista. Pero Aldama era invisible, inodoro e insípido.
Aldama entraba y salía de los ministerios, traía influencias de Venezuela y volvía a Caracas con promesas mientras montaba su empresa de hidrocarburos que estafaba a Hacienda, porque el poder le concedía impunidad, o al menos eso es lo que él creía. Aldama le ha reventado el congreso nacional al PSOE y deja a todo el gobierno bajo sospecha. Sánchez dice que lo suyo es una inventada. Ese es el último milagro de Aldama, que el presidente haya encontrado uno que puede mentir más que él.