Crimen y perdón
Como traca final de su mandato, y antes de la toma de posesión de su sucesora en esa versión de una monarquía electiva que es México, López Obrador volvió a agitar el fantasma del orgullo patrio. No invitaron al Rey Felipe porque no ha pedido perdones por la llegada de Cortés al territorio azteca. Dejó escrito Vasconcelos, rector de la Universidad autónoma de México y ministro de cultura, que México nació en el momento en que Cortés desarboló sus naves. En efecto, en el momento en que decidió que aquella era su tierra y que ninguno de los suyos navegaría de regreso a casa, nació la nación cuya contribución al mundo ha sido el mestizaje. En aquella hora, ya todo lo que ha sido luego México estaba en su territorio: indígenas y españoles, mezclados, o aliados contra el bárbaro Moctezuma.
López Obrador necesita ocultar sus fracasos con la viscosa hiel del odio: España es un chivo expiatorio. En su mandato se cuentan doscientos mil asesinatos, territorios del país en manos de los cárteles de la droga, y un fracaso en la sanidad pública, que ha dejado a más de seis millones de niños sin vacunas. No hay enemigo exterior que sea capaz de tapar esa quiebra. En septiembre, cuando AMLO dio cuenta de su mandato, ocultó todo esto. Es más, dijo que la sanidad mexicana es superior en calidad y prestaciones a la de Dinamarca. En Copenhague llevan un mes haciendo chistes con López Obrador, y esperando que Claudia Sheinbaum siga con la broma, ya que ha demostrado que es tan solo una marioneta de las obsesiones de López Obrador, de sus delirios, de sus malos sueños de insomne.
La Nueva España fue el territorio más floreciente del imperio, el más desarrollado. La decadencia empezó con la independencia. Y esto lo sabe bien López Obrador, descendiente de asturianos, español de herencia y mexicano mestizo, como todo mexicano.