Hay hechos que se convierten en metáforas. Mientras el presidente Sánchez se asomaba al atril para presentar los grandes y gloriosos objetivos de la patria para el 2050, Joaquín Beltrán cumplía 470 días bajo la basura. Desaparecido. No hemos sido capaces de hallar rastro de un trabajador sepultado en una montaña de inmundicia pero proyectamos la flecha nacional hacia la mitad del siglo con grandes ambiciones: un país verde, vegano, tolerante con todas las minorías y profundamente intolerante con quien nombre a la patria o pida una emigración regulada. Sánchez proclamó el final del declive demográfico. ¿Con más españoles? NO, con más emigrantes. A razón de unos 250.000 por año. A millón cada cuatro años. ¿Querrán venir a esta España o se los compraremos al rey moro? El cuerpo de trabajadores extranjeros pagará las pensiones de los nacionales jubilados. ¿A qué preocuparse? ¿Acaso estará Sánchez en el gobierno? Nunca.

Los coches serán eléctricos, el que coma carne será un apestado y los viejos tendrán una muerte a la carta, que ya se aprobó durante la pandemia. Un mundo feliz. Para llegar a ese horizonte, Sánchez dice que se tiene que abrir un gran debate nacional para decidir en qué país queremos vivir. Como si hubiera otro que España donde queremos morar, donde queremos votar, trabajar, y un día lejano, marcharnos.

Un hombre incapaz de cumplir una promesa, de gestionar las cuentas un trimestre, de organizar el esfuerzo nacional contra la pandemia, nos propone sentarnos a discutir sobre sus metas para el medio siglo.

¿No es todo lo que nos pasa muy paranormal? ¿No sienten que ese Beltrán, enterrado en la basura, es toda una metáfora nacional? Fueran todos discuten, y bajo la montaña Beltrán se desintegra, para volverse humus de una patria que se descompone.