Un cordón sanitario
Ya está. Ha vuelto. Han regresado al cordón sanitario. El progre es el único animal, cuando abandona su condición racional, que tropieza tres y cuatro veces en el mismo error. Y este error consiste en negar la realidad, o al menos acotarla con los estrechos márgenes que permite un cordón.
Para intentar darle algo de legitimidad a la cuerda le ponen el adjetivo sanitario, como si los que se quedan encerrados sufrieran un contagio capaz de inocular sus virus al resto de la población. Es la enfermedad del sectarismo. La padecen los que tienden la cordada. Si por ellos fuera, los del otro lado deberían ser eliminados, exterminados, cancelados. Si, porque lo enfermo, piensan, es mejor dejarlo a su suerte, para que se consuma por los efectos de las bacterias o los microorganismos. A un lado los sanos, al otro los malditos; a un lado los cuerdos, al otro los locos, a un lado las izquierdas, al otro las derechas. Así hasta delimitar el predio en el que deben caber los proscritos.
Esa finca será estrecha, para que juntos, muy juntos, se contagien con más facilidad y sean víctimas de sus propios delirios. A usted, lector, ¿esto le parece democrático? Pues esto se escucha ya en las tertulias, y lo dicen algunos que se titulan analistas de la cosa pública. Han olvidado que la vida en democracia consiste en la forma de organizarnos para vivir juntos, los que pensamos de una forma y los que lo hacen de otra, los que tienen un color y los que se visten de otro tono. No es la primera vez que se escucha lo del cordón sanitario en nuestra historia reciente. Y siempre lo han dicho los progres cuando han tratado de poner a un lado sus siglas, junto a las de los enemigos de la nación, para dejar al otro lado a los que deben renunciar a sus principios para ser liberados. Por el extremo del cordón asoma su lado más tiránico, con el hedor a secta.