Es tanta la perplejidad de las autoridades europeas, que en las últimas semanas estamos asistiendo a un nuevo fenómeno: el turismo legislativo. Ya lo dijo en su día Yolanda Díaz, tan silente y escondida en este tiempo: España estaba sirviendo de ejemplo para la renovación legal y normativa de países que hasta ahora estaban mucho más avanzados que el nuestro.

Aquejados del complejo de nación atrasada, a nuestros prebostes les dio por innovar. Y en el altar de lo nuevo hemos puesto productos realmente novedosos y sorprendentes, hasta para los más escépticos. Hemos puesto una ley que protege a las mujeres a base de poner en la calle a sujetos que donde menos peligro suponen es en la cárcel. Hemos dado vía libre a una ley que fomenta las operaciones de cambio de sexo sin asesoramiento médico. También hace un tiempo proclamamos una ley que criminaliza las relaciones familiares y matrimoniales. Ahora nos preparamos para abolir la prostitución al tiempo que se detiene a notables socialistas que son consumidores habituales de todos los posibles idiomas de universo meretriz. Nadie sabe qué estamos haciendo. Dicen que todo esto tiene efectos inesperados en la libertad de la población. Las leyes que promueven desde la nave de los locos que nos gobiernan equivalen a permitir beber alcohol al tiempo que se prohíben los bares, a provocar efectos en la salud de las personas que serán irreversibles al tiempo que nadie se hace responsable de lo que les pase. Así que desde Europa están llegando aquí algunos sobresalientes gobernantes a ver qué pasa. Les hemos pedido dinero, a la vez que rebajamos el delito de malversación. Estamos sirviendo de ejemplo, pero como me decía mi padre en mis peores días de juventud: servirás de ejemplo de lo que no se debe ser, porque eres todo un ejemplar.