La republiqueta de Sánchez
Ha llamado la atención el boato desplegado por Pedro Sánchez en su reciente visita a una industria farmacéutica en Cataluña, con su incontable séquito de coches de alta gama. Tal imagen de despilfarro por parte del secretario general del PSOE ofrece un vergonzoso contraste ante una España a la que la pandemia ha dejado con 6 millones de parados y más de 200.000 empresas y más de 300.000 autónomos cerrados en los primeros meses del desastre.
Y es ese contraste entre la ostentación de poder de Sánchez y la catastrófica situación nacional el que revela, como una fiable prueba clínica, el diagnóstico del mal que aqueja al líder socialista y, en consecuencia, lamentablemente, al resto de los españoles: Sánchez no ejerce de presidente del gobierno de España sino de presidente de una republiqueta imaginaria, alejada de la crítica realidad del pueblo español.
Desde que se levanta hasta que se acuesta, en La Mareta o en Doñana, en el Falcon o en el Puma, en su tediosa homilía del palacio de La Moncloa junto a sus acólitos o en las “cumbres” europeas donde se sienta aparte y solitario como el escolar castigado por no haber hecho los deberes, Sánchez se ve como líder máximo de una ilusoria ínsula Barataria que nos está costando muy cara a todos los españoles.
Ahí está la causa de que España sea el país afectado con más saña en términos de fallecidos y de contagiados por la pandemia y de damnificados por el cerrojazo de la economía: no ha habido ni sigue habiendo nadie al volante del elefantiásico Gobierno de 23 ministerios que nos ha caído encima. Tenemos desde hace más de un año, por el contrario, un presidente decidido exclusivamente a hacer lo único que sabe hacer: posar, posar, posar en un interminable ademán de narcisismo, repitiéndose a sí mismo frente al espejo oscuro de la vanidad de todas las vanidades la pregunta de la madrastra del cuento, mientras todo se derrumba a su alrededor.
Sánchez ha desertado de sus funciones como presidente de gobierno, sirviéndose para ello del recurso del estado de alarma, para escabullirse tras él como el mago que utiliza un biombo para esfumarse del escenario ante su crédulo público, en un juego de ilusionismo similar al de la urna que escondió fraudulentamente detrás de una mampara en Ferraz para votar un congreso y unas primarias de su partido. Pero ha utilizado también otro recurso: eludir la obligación que debía cumplir como presidente
del gobierno, aparentando haber sido investido para una representación que no le corresponde.
Sánchez no ha gobernado, solo ha figurado como presidente de la republiqueta de su ambición personal. Para ahondar en la sensación de irrealidad que imprime a su mandato desde el trono de su asolada Barataria, se ha dedicado a legislar sobre cuestiones que están a años luz de las prioridades del español de a pie, a acercar a presos etarras y a preparar el indulto de los golpistas, mientras obviaba lo urgente y lo importante: las colas del hambre, la desesperación de las familias, autónomos y pymes, la quiebra de un país que se acerca al abismo.
Y así nos duele ahora a todos España. En su ensoñación egocéntrica, Sánchez ha llegado al paroxismo para evitar enfrentarse al dramático espectáculo de la nación exangüe, postrada por su probada incompetencia. Atrapado entre sus delirios palaciegos, a su alrededor sus fieles edecanes del partido socialista fantasean para su divertimento sobre indiscutidos e indiscutibles comités de expertos, toneladas de material de protección inexistente, millones de vacunas ilusorias...
A la vez que su candidato en Madrid niega que vaya a subir los impuestos o que vaya a pactar con Podemos, encarga a sus ministros más feroces que le desmiembren a machetazos verbales y le arrojen a los pies de los caballos para demostrar a todo el mundo que él es el que manda, caudillo de opereta de la república socialista del todos, todas y todes, del avión blanqueado de Plus Ultra, la niñera nivel 30 de Irene Montero, las maletas de Delcy y los recibos de supermercado de Calvo pagados con el dinero que no es de nadie…
Y mientras planea en el búnker de La Moncloa infinitas estrategia de recuperación y resiliencia con fondos que hasta el momento solo existen en su cabeza como en la del alcalde de “Bienvenido, Mr. Marshall”, se agita irritado dando puñetazos en la mesa por la incompetencia de los suyos para frenar a una presidenta autonómica que ha desembarcado bajo la enseña de la libertad en las playas del desaliento y la resignación ciudadanas con el objetivo de enderezar el rumbo de esta España desarbolada y evitar su definitivo hundimiento.
Isabel Díaz Ayuso ha desenmascarado la impostura del opulento vividor del Falcon, ese degustador durante el confinamiento del mejor jamón ibérico pagado por el erario público, como en el cuento del rey desnudo. El coraje de una joven periodista madrileña hecha a sí misma, que se ha cargado a la espalda la pandemia en Madrid después del calamitoso mando único de Sánchez y de Illa, ha dejado literalmente al secretario general del PSOE a las puertas del desplome de la republiqueta de charanga y pandereta que tiene montada en La Moncloa a costa del sufrimiento de los españoles.