Utópica incompetencia
“Bajo los adoquines hay una playa”. Aquel famoso lema de mayo del 68 dejó un imborrable recuerdo: no había ninguna playa bajo los adoquines, pero los estudiantes que los levantaron en pos de aquel sueño utópico dejaron las calles hechas una escombrera. Acerca del vuelo de los adoquines contra las cabezas de los policías ya dejó escrito Pier Paolo Pasolini su sincero poema en favor de los agentes agredidos por los estudiantes en la “batalla de Valle Giulia” en Roma, como hijos de campesinos y obreros que eran frente a los hijos universitarios de la burguesía. Fueron también los obreros quienes volvieron a poner aquellos adoquines en las calles después de los destrozos, mientras los soñadores seguían elucubrando sobre el modo de hacer pasar la compleja realidad por el aro de sus simples consignas. Y en ello siguen tantos años después, como tan acertadamente señalan Almudena Negro y Jorge Vilches en su último ensayo “La tentación totalitaria”.
El ataque de Alberto Garzón contra el sector ganadero es un ejemplo más entre los muchos que el gobierno del PSOE y sus socios está ofreciendo desde que decretó nuestro ingreso en la “nueva normalidad”. Todo se supedita a la promoción de la agenda ideológica, sin parar en mientes sobre si esa promoción puede llevarse por delante los delicados mimbres con los que a diario millones de españoles mantienen con su esfuerzo y dinero la actividad del país. En este caso, les ha tocado a los ganaderos llevarse los adoquinazos del ministro comunista en su cruzada sesentayochista contra el “sistema”.
Los defensores de Garzón señalan que se limitó a denunciar a las macrogranjas, pero como explica el Ministerio de Agricultura, sólo representan un 1% de las explotaciones de porcino y un 3% de las de vacuno, y están además sometidas a estrictos controles para perseguir y penalizar las infracciones que señalaba Garzón, en caso de que se produzcan.
También dicen sus defensores que el ministro hizo en la entrevista a “The Guardian” una cerrada defensa de la ganadería extensiva en España. Sin embargo, no es ese el mensaje que llega a los consumidores extranjeros, para quien la carne española va toda en el mismo saco. Y si no, ya se encargarán de convencerlos nuestros competidores en los mercados internacionales, que aplauden con las orejas el apoyo del ministro a que nuestros productos queden sin vender en los estantes, con el estigma de la mala calidad.
De la situación creada por el ministro de Consumo es únicamente responsable el presidente del Gobierno. Le designó, como parte del acuerdo político con sus socios de Podemos, para un ministerio que le ha servido la mayoría de las veces de altavoz de propaganda ideológica y no de instrumento al servicio de los ciudadanos.
Pedro Sánchez se ha limitado a lamentarse por la polémica, pero no es suficiente. Moncloa no puede levantar un muro de las lamentaciones de las polémicas creadas por sus propios estropicios y creer que así ya se arregla todo.