El homenaje de una nación
Una nación homenajeándose a sí misma. Eso es lo que vimos en los ceremoniales que los británicos desplegaron para despedir a su Reina Isabel II. Los ciudadanos haciendo largas colas ante la capilla ardiente y saliendo a las calles para rendir su último tributo a la que fue su Soberana durante 70 años. Respeto, tradición, símbolos, himnos, plegarias y veneración.
Muchos que, en España vilipendian a su Monarquía, nos sorprendieron con su entusiasmo ante la magnífica demostración de pompa y boato que desplegaron los británicos en la despedida a la Reina Isabel.
No debemos confundir respeto con sumisión. La deferencia mostrada por los británicos ante el féretro de su reina fue una demostración de la consideración que tienen por los símbolos de su nación. Y eso no significa que no sean críticos con su Monarquía. También los británicos han expresado su malestar en diversas ocasiones ante lo que han considerado actitudes poco apropiadas de la familia real. El “Annus Horribilis” de Isabel II supuso el inicio de los ríos de tinta que la prensa británica vertió sobre sus páginas con furibundos ataques contra unos “royals” que parecían haber perdido el comedimiento requerido: el divorcio de la princesa Ana y el capitán Mark Phillips, la separación de Andrés y Sarah Ferguson, las desavenencias matrimoniales de Carlos y Diana, la relación del heredero con Camilla, los excesos del príncipe Harry o la frialdad inicial de la Reina ante la muerte de Lady Di.
Pero la crítica ante actitudes mundanas de aquellas personas que encarnan el significado de una institución no tienen por qué suponer una desautorización de la Monarquía en sí misma. En España, algunos confunden los errores que don Juan Carlos haya podido cometer, soslayando el gran servicio que ha prestado a la nación y a nuestra democracia, para afiliar los dardos contra la jefatura del Estado, brillantemente representada por don Felipe, y cuestionando los símbolos y tradiciones de todo un pueblo.
España es un gran país y su Monarquía, una de las más antiguas del mundo. Debemos admirarnos ante aquellos pueblos que veneran sus símbolos. El nuestro es el único país del mundo en el que sus propios nacionales queman su bandera, pitan a su himno y desprecian su historia y legado.
Como ciudadanos libres que somos, permitámonos cuestionar todo lo que nos resulte inadecuado, pero resolvamos nuestras diferencias con el dialogo y sin perder el reconocimiento debido a aquellos elementos que definen lo que somos.