Tres meses de errores
Lo más peligroso en política nunca son los adversarios, sino los acontecimientos. La idea se atribuye a un ministro británico. Las circunstancias, esas son las que hunden carreras políticas o las que las encumbran a los altares laicos. Depende de la actitud de quien gestiona.
En los más de tres meses que llevamos con el virus en nuestros aires, se han sucedido actitudes de vuelo muy bajo. Primero fue la negación del problema. Después el problema se afirmó pero se instaló la discordia. Recuerden el primer consejo de ministros extraordinario, que fue un sinvivir de disputas internas. Se asumió el mando pero se empezó a engañar a los ciudadanos: telediarios dulces llenos de aplausos, con las víctimas escondidas en un dolor sordo, anónimo, clandestino. La gestión de las primeras compras fue un caos muy costoso. Mientras guardábamos disciplinados la orden del arresto domiciliario se cambiaban leyes por decreto. Lo último fue dejar la reforma laboral a lo que digan los de Bildu, que tienen más experiencia en apuntar al empresario que contrata que en crear trabajo y riqueza.
El resultado es un guirigay en el que cada uno ha ido a sacar su propio beneficio mientras los españoles sufríamos primero la pandemia, luego la realidad de una economía arrasada. Salimos de lo malo para entrar en lo peor. En la hora más trágica de nuestra historia reciente, nos ha faltado grandeza en quienes gobiernan, altura de miras, generosidad y confianza en los españoles. Huérfanos de liderazgo, el espectáculo de luchas internas en el gobierno ha sido trágico, decepcionante.
Ahora llega un tiempo de reconstrucción en el que no podemos confiar más que en nosotros mismos. No es poco. El COVID-19 barrerá una clase política que no ha sabido ni ha querido dar una respuesta nacional que cumpla el primer requisito que se exige a un gobierno: cuidar de sus ciudadanos.