Ciego de ideología, el ministro se asomó a la prensa británica para destrozar cualquier atisbo de buena reputación del sector ganadero español. Era un ministro del gobierno de España; parecía un pirata de los que asaltaban los galeones de la Corona que traían el oro de Indias. En el Reino Unido, el del brexit, los granjeros se frotan las manos con fruición. Tener como aliado a un Garzón tiene un gran valor. En la Francia republicana les dieron la razón. Un garçon es un mozo que presta servicios de escaso valor añadido. En días sucesivos, el ministro ha insistido en la legitimidad de sus declaraciones, y en la prensa afecta un coro de vegetarianos ha respondido con estrofas de alabanza. Para acabar con las granjas de alta población, el ministro ha elegido la estrategia de terminar con todas las granjas, y luego ya veremos cuáles son las que permitimos.

Desde que este gobierno llegara a los mandos de la nación, hemos asistido a una confusión permanente entre la ideología y el interés general. La ideología dice ahora que no debemos comer carne, por el planeta, que no debemos tener hijos, por el planeta, que debemos ir en bici, por el planeta, y que los juguetes azules son para las niñas y los rosas para los niños.

Por su zafia ideología, el ministro ha arruinado la reputación de la carne española mientras el ministerio de agricultura invertía millones de euros en intentar mejorarla. La reputación de Garzón no nos preocupa, porque se trata de una reputación inmejorable. Apliquen esta misma regla a la ministra de igualdad, y a todo dirigente o ministerio que confunde ideología con realidad, y verán trazado el camino por el que se despeña la reputación de todo un país. No estábamos sobrados de buena imagen exterior desde que Zapatero optara por el desprecio a la bandera americana.

Ahora los británicos celebran la contribución de Garzón, sin necesidad de que resucitemos aquello de la “pérfida Albión”.