El muro y la risa
Concluida la sesión de investidura, el resultado es que la mayoría de la cámara ha elegido un muro y una risa como presidente del gobierno. No hubo más programa en su exposición de motivos que ese: la pared y la carcajada. Bueno sí, también repartió unos cacahuetes en forma de billetes de metro y autobús gratis para los niños y para los parados, para que se muevan gratis de aquí para allá, y nos prometió una vida de colores, como suele decir Otegi.
A quienes gobiernan les debería estar vetada la palabra gratis. Gratis es lo que los políticos pagan con el dinero ajeno, es decir, con el dinero de usted, lector. Pero lo fundamental que ha prometido cumplir en los próximos cuatro años se contiene en esa barrera mural y en el desprecio. El muro como gran obra, el desdén como estilo, y los buenos a un lado, los malos al otro. En un lado la ley convertida en papel de estraza, al otro lado los que reclaman su valor. Así que el investido, que hizo un discurso de investidura en el que se dedicó sobre todo a embestir, ha elegido a un grupo de ministros para formar el muro, la pared, la separación de las dos Españas, segregadas de nuevo desde el gobierno.
Por eso es razonable pensar que el espíritu de concordia que fue posible en la transición es ahora imposible, porque el programa gubernamental es otro. Desde lo alto de su muro, Sánchez se ríe a mandíbula batiente de todo el que está en el otro lado, los desprecia. Todo eso forma parte del precio que estamos ya pagando porque siga en el poder.
Hay un precio social: la discordia, el enfrentamiento, el imposible proyecto nacional común. Y hay un precio de partido. Cuando los diputados aplaudían eufóricos por haber evitado la pérdida del poder, en realidad estaban despidiendo a un cadáver, encerrado en un ataúd con las siglas PSOE. Requiescat in pace.