Enterrados bajo una montaña de mierda
Estamos enterrados bajo una montaña de mierda. Y no solo por el virus. Me refiero a Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán. Dos trabajadores que el 6 de febrero quedaron sepultados en la ladera de Zaldíbar cuando un vertedero se vino abajo. Ahora, con la pandemia global del coronavirus, quizá ya es tarde para hablar de ellos. Pero, aunque solo sea un momento, quiero recordarles.
Frente a la escombrera no vimos manifestaciones de sindicalistas exigiendo la inmediata recuperación de los cuerpos. Ni pancartas llamando asesinos a los dirigentes del PNV por permitir su muerte bajo la basura mientras seguían haciendo campaña electoral. No había cámaras de La Sexta transmitiendo, minuto a minuto, las labores de rescate y entrevistando a expertos en situaciones de crisis similares. No hubo preguntas parlamentarias exigiendo explicaciones por el derrumbe, la inestabilidad del terreno, los controles previos, la presencia de amianto en el vertedero o los incendios declarados y las sustancias tóxicas liberadas. Nadie pidió la aplicación del 155 en el País Vasco por la mala gestión autonómica, ni hubo ecologistas manifestándose por el atentado al medio ambiente que todo esto supuso.
Si en vez del PNV hubiera sido el PP el partido que gestionó esta crisis, el fenómeno hubiera acaparado portadas y minutos de Telediario, ecologistas y sindicalistas hubieran voceado ante la trapacería cometida, la izquierda hubiera pedido dimisiones, a los gobernantes les llamarían asesinos y los ciudadanos clamarían por un gobierno que no nos mienta ni abandone.
Pero los hedores del vertedero nos tienen anestesiados. Hace ya tiempo que hemos desbordado nuestro nivel de tolerancia para lo que hace y proclama la izquierda, o sus socios, mientras nos predispone en contra de la derecha. Y ahora, para colmo, estamos encerrados en casa, lavándonos las manos para evitar el contagio. Pero ya estamos infectados y, como Pilatos, miramos a otro lado. Estamos enterrados bajo una montaña de mierda.