Los conquistadores
Octavio Paz reclamaba que “Cortés debe ser restituido al sitio al que pertenece, con toda su grandeza y todos sus defectos”, restituido a la historia. En un artículo en Letras Libres, Enrique Krauze se pregunta el porqué de que Cortés no haya pasado a la historia como una figura a la altura de un Alejandro Magno. Krauze estima que hay mérito de sobra para comparar a Cortés con el macedonio o con Julio César. Sostiene incluso que su hazaña fue superior “puesto que no solamente conquistó sino que leyó e interpretó una realidad, una civilización absolutamente ajena de la que no tenía indicios”.
Cortés fue uno de los Conquistadores, pero también un hombre conquistado por México, un fundador del mestizaje. Y sin embargo no tuvo a un Plutarco que lo elevara a esa altura. Son muchas las razones, entre otras el papel de España. La vida de Cortés terminó en pleitos, sus Cartas de relación arrinconadas, y la obra de sus exégetas (López de Gómara) censurada.
De parte de México, a Cortés le pesa la figura de su adversario y víctima, Cuauhtémoc, el último emperador de los aztecas, ejecutado en 1525. Su figura es de una dignidad y estoicismo que arruga el perfil de Cortés. De no haberlo ejecutado, la historia habría sido otra. Krauze termina su artículo con la constatación de que necesitamos una biografía de Cortés, que no lo convierta en un mito ni en un instrumento ideológico, que no haga del conquistador “un capitán de bandoleros, pero tampoco un hombre providencial: un hombre de carne y hueso, un hombre de aquel tiempo, y en cierta medida un hombre de todos los tiempos”. Incluido este nuestro en el que desde la ignorancia se reclama el inútil perdón, la parodia de los lamentos y las culpas. La historia es una, y la asumimos, con todos sus errores, pero con todas sus grandezas.