La Monarquía, una crisis de reputación
Los dineros del Rey emérito, sus ahorros en Panamá, sus regalos millonarios a Corina, han precipitado su reputación, ya maltrecha, al foso de los cocodrilos. Hoy la izquierda acaricia la oportunidad de un cambio de régimen. Y hasta el presidente del gobierno aparca la presunción de inocencia y dice sentirse conmocionado por las informaciones de la prensa, como si no supiéramos que estas cosas que se publican salen a la luz con el permiso del ejecutivo.
Todo esto ha provocado un hundimiento del crédito de Juan Carlos y un engorroso y pringoso problema al rey Felipe, del que se esperan movimientos desgarradores: el destierro de su padre, la pérdida del título de rey emérito, y otras medidas drásticas.
En las crisis, y esta lo es, el desafío es siempre el de retomar la iniciativa. El rey Felipe va a remolque de acontecimientos que no controla. El foco mediático se ha puesto en Juan Carlos y ahí seguirá, entre otras cosas porque hay interés político en debilitar la monarquía. Una parte del gobierno, si no toda, está convencida de que la obra de la Transición no tiene legitimidad porque se basó en el olvido del primer franquismo, el más cruel. La segunda derivada de esa idea es triturar el crédito de Juan Carlos. Eliminado el prestigio del artífice del cambio, poner en la agenda política una tercera república será más sencillo. La pieza a cobrar es Felipe VI. El ariete que utilizan es Juan Carlos.
Frente a esta ofensiva solo hay un camino eficaz: que el rey emérito se retire al monasterio de Yuste, como hizo Carlos V, que done todo su dinero para obras benéficas, y que la fortuna de Juan Carlos se ponga al servicio de los españoles que más lo necesitan. A grandes males, soluciones drásticas. Juan Carlos debe hacer un público propósito de transformación interior si quiere poner un escudo de reputación que libre a su hijo de tener que tomar el camino de Estoril.