La hora de Pedro
 
									
		Concluido en fracaso el intento de declarar una guerra de almohadas y pijamas a Israel, nuestro césar imperator la ha tomado ahora con el horario de invierno. Carl Schmitt decía que el poder es de quien tiene la capacidad de determinar quién es el enemigo. Y Pedro ha dicho que el enemigo es el reloj, porque no queda nadie a quien proclamar adversario. Ya todos los son, incluida la Nobel de la Paz, Corina Machado.
En la televisión pública, esa tele que es hoy una televisión antiespañola, le han cambiado el nombre, y lo llaman el premio Goebbels, como si el catálogo de iniquidades propagandísticas fuera ajeno a los manejos de los miles de asesores de la Moncloa. Dicen que el franquismo fue un régimen cutre, pero por entonces el premio Planeta se lo daban a escritores de verdad.
Ahora nos gobierna un perdonavidas que se pagaba los trajes con dinero del burdel, casado con una señora que sienta cátedra sin haber estudiado, y que hace negocios a través de cartas con el membrete de palacio. Se nos acaban los adjetivos, y ya solo nos queda la arcada. Pero el caudillo de hoy es inagotable en el recurso de las grandes campañas de distracción. Firmada la paz en el oriente medio, arruinada de nuevo por los cohetes de Hamás y las matanzas entre los suyos, Pedro ha orientado sus flotillas de grumetes contra los pocos periodistas que quedan en activo, y contra la hora, a sabiendas de que la suya, su hora, está marcada, conscientes de que solo le puede librar de la cárcel un enfrentamiento radical entre españoles.
Todo lo que sale de la Moncloa, todo lo que se urde en sus covachas, son trampas, escándalos para cazar desaprensivos, celadas para provocar una discordia nacional. Sánchez ha decidido declarar la guerra a los españoles, y ese será su único argumento.
 
		 
	 
						 
						 
						