Se vende pisos

Se vende pisos

 

En tiempos de tribulación, el Pp ha decidido hacer mudanza. Rechazan así el consejo que diera Ignacio de Loyola a las comunidades de jesuitas: no moverse cuando el ambiente está cargado y los tiempos revueltos. Casado ha despejado la bola negra que le aplastaba con un cabezazo que convierte su empresa en una sociedad inmobiliaria. Para ahuyentar los demonios del pasado, los diablos de la picaresca, el espectro dubitativo de un Rajoy fantasmal envuelto en el humo de un puro habano, Casado pone el cartel de “se vende pisos”.

Génova ya solo será la cuesta por la que se despeñan los borrachos y los convictos, camino de la Audiencia Nacional o del tedio eterno del Tribunal Supremo. Hace una glaciación que la calle no estaba para fiestas. La última la celebró Mariano, ebrio de mayoría absoluta y dispuesto a poner orden en las cuentas y a marear a la oposición con sus chistes de registrador de la propiedad. Génova bailaba aquella noche la última conga.

En España hay dos formas de cortar con el pasado familiar: una buena reforma de la casa, y una mudanza de barrio. Desfilarán camiones por Madrid con los enseres del Pp: fotos de Fraga y de los buenos tiempos de Aznar, y unos archivos aligerados de golfos desaprensivos. Génova ya será como la cueva de Altamira de la derecha, un lugar fundacional y maldito, por el que ya no pasarán los prebostes del viaje al centro sin santiguarse. Cuando terminen los laberintos judiciales se abrirá la inmobiliaria.

Casado ya da por condenado al partido, ya afirma que la sede se reformó con dinero b, ya asegura que solo una casa nueva puede albergar un partido viejo y desubicado. El problema es dónde ir, dónde sentirse en casa. En tiempos de teletrabajo, el partido debería ser un lugar en la nube, un ámbito digital, un ente sin cuerpo, y unos despachos virtuales desde los que se gobierna a golpe de tweet.

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