La gran oportunidad
Tuve una caída. No fue como la de Pablo de Tarso. Fue un abismo momentáneo, pero mi alma se precipitó, dio un paso de vértigo. Fue como cuando vas por una calle y bajas de repente, con una sacudida.
No habías advertido que había un desnivel y tu mente caminaba sin prever el gesto de buscar el suelo, más abajo, con tu pie vacilante. Iba conduciendo con cautela entre bloques de un hielo sucio, como escombros de una guerra. Montañas de hielo gris cortado con palos y azadas.
La radio abrió su micrófono al presidente. Comenzó su frase con un intento de buscar el brillo de la superficie de un teléfono inteligente: “estamos ante la gran oportunidad...” No pude seguir.
Corté la emisión con una canción de Ramones. No conozco hoy, en nuestro presente, nada más falso, más viejo, más caduco, más increíble, que un monólogo que comience con la descripción de una “gran oportunidad”. ¿Recuerdan aquello de la “nueva política”? ¿En cuanto tiempo ha envejecido? ¿Recuerdan el asalto a los cielos? ¿Tienen memoria de aquellos días en que habíamos vencido a todos los virus? ¿Han pensado que hubo un momento en que se nos anunció limpieza y transparencia? ¿Hay hoy alguna palabra emanada del poder que tenga alguna validez, algo de peso específico, algún componente de verdad? ¿Hay alguna parcela, algún predio, algún jardín de la vida pública que no esté corrompido por el manoseo del poder?
El tiempo de este último año ha corrido mucho, ha ido deprisa deprisa, como aquella película de Carlos Saura. Ya no quedan grandes oportunidades. Ahora necesitamos que quienes no han sabido gestionar las grandes alarmas den un paso atrás, después de reconocer su infinita torpeza. En esta hora, nos toca la tarea de encontrar palabras nuevas, no gastadas, para recuperar un estado de ánimo que recuerda aquello de “oigo patria tu aflicción”. Y entre las viejas palabras y las nuevas, un poco de silencio.