Un fantasma desayuna en Lanzarote
La imagen es turbia. No porque esté oculta por las brumas de la costa. Se trata de una turbiedad moral, de una suciedad ética. Mientras en Venezuela el tirano Maduro dispara a los opositores y encarcela a los que denuncian su fraude electoral, el hombre que desde fuera más ha hecho por sostener el régimen chavista calla y se lanza a devorar, torpe y hambriento, su tostada. Su gesto no es elegante. El fantasma que desayuna en Lanzarote ha olvidado la regla fundamental en la mesa. Es el alimento el que debe acercarse a la boca, no la boca la que debe agacharse en busca del pan.
Ya lo dijo Thomas de Quincey: se comienza por un crimen que no ha sido castigado como merece, por ejemplo, un asesinato, y se termina por faltar al respeto a los padres. Zapatero, que venía de avalar el más clamoroso robo electoral, que lleva décadas cobrando del régimen de Maduro para sostener la dictadura, calla y solo abre la boca para dar dentelladas secas y calientes a un trozo de pan untado de rojo tomate.
La estampa es de una indecencia radical y establece sin engaños la calidad moral del expresidente. “Nunca fue un demócrata”, dijo una vez Eduardo Serra cuando le preguntaron por Zapatero. Eso sí, fue capaz de simular ante la nación, tras su apariencia de bondadoso y un poco bobalicón, que albergaba en su interior el avaricioso cobrador de las tiranías, el que se pone a su servicio para, a cambio de una golosa minuta, defender el crimen y el robo, que son las dos actividades del gobierno chavista.
Más de siete millones de venezolanos han tenido que huir del país. No se fueron de turismo. No han tenido ni una palabra de afecto del fantasma que desayuna en Lanzarote, que guarda silencio mientras en Caracas el régimen agoniza.