Las elecciones generales de este 23 de julio nos dejan varios elementos para la reflexión. El primero de ellos es preguntarnos qué barbaridades tiene que hacer un presidente para merecer el castigo de los suyos en las urnas. Porque Sánchez se ha caracterizado por mentir de manera sistemática, pactar con los más radicales, limitar las libertades, freírnos a impuestos y por legislar desde el sectarismo político y, sin embargo, ha cosechado más votos y obtenido más escaños que en los anteriores comicios.

Otro elemento a considerar es cuándo se dará cuenta la derecha española de que debe aunar esfuerzos para frenar el avance de la izquierda, en vez de fomentar la división en su propio seno. PP y Vox están condenados a entenderse y difícilmente alcanzarán su objetivo si dedican toda su energía a masacrarse mutuamente.

Puestos a extraer lecciones de este resultado electoral, sería interesante también alcanzar a comprender por qué en España se califica de “extrema derecha” a Vox cuando es un partido constitucional que no defiende ningún postulado ilícito, y, sin embargo, se da carta de naturaleza a EHBildu, formación albacea del terrorismo etarra, a las formaciones separatistas que van contra la integridad territorial de nuestra nación, o a partidos como Podemos que propugnan el comunismo más trasnochado.

Y nos queda todavía por ver si será posible formar gobierno tras estas elecciones. A estas alturas, cuenta con más opciones Sánchez que Feijóo de encontrar los apoyos suficientes para gobernar. Pero, no hay nada garantizado. El candidato del PSOE nos ha demostrado ya su capacidad de pactar con socios muy dispares, por indeseables que puedan parecer. Pero, en esta ocasión, los resultados de los separatistas de Cataluña hacen que sea un fugado de la justicia, Carles Puigdemont, el elemento clave para convertirse en la tabla de salvación del PSOE. ¿Será capaz Sánchez de aceptar el chantaje de un sedicioso evadido para mantenerse en el poder?