El sexo de los ángeles
La mascarilla que lleva puesta te impide verlo, pero sabes que te está sonriendo. Su mirada es serena y sus gestos, mientras te administra la medicación, son delicados. Viste la ropa propia del personal sanitario y apenas puedes apreciar el timbre de su voz, puesto que te habla en un susurro, con palabras reconfortantes. Con el gorro clínico no sabes si su pelo es largo, corto, rubio o moreno. Con los guantes de látex y la bata esterilizada es una silueta más. Pero siempre está ahí.
Ha sido el ángel que te ha cuidado, acompañado y animado durante todos estos días de ingreso hospitalario a causa del coronavirus. Nunca te han faltado sus atenciones, como tampoco ha desatendido al resto de pacientes. Ni siquiera sabes su nombre, pero tienes la certeza de que es una persona buena, que ejerce su trabajo con profesionalidad y entrega. No sabes si hace tiempo que no ve a sus hijos, ni siquiera si los tiene, o a sus padres. No sabes cuántas horas ha dormido, aunque aprecias su cansancio únicamente por el brillo de sus ojos, aunque jamás ha mostrado fatiga a la hora de dispensarte todos los cuidados que pudieran aliviarte.
Como tantas otras personas, ha sido uno de los ángeles de esta pandemia que han arriesgado su propia salud para cuidar de la tuya. Y ahora, cuando te has curado, ya en casa, tratas de evocar esos momentos, y ni tan siquiera recuerdas si era un hombre o una mujer. ¿Qué más da? No tienen sentido las palabras de Irene Montero cuando dijo en el Congreso que “han sido las mujeres las que han estado al frente en las profesiones que se han desvelado esenciales”. Flaco favor le hace la ministra al nombre de su cartera, a la igualdad, despreciando a la mitad de la población, a los hombres, y buscando un enfrentamiento entre unas y otros.
Señora ministra, tenemos cosas más urgentes que afrontar. No perdamos el tiempo hablando del sexo de los ángeles.