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De la orza al metaverso

De la orza al metaverso

 

La humanidad se ha transformado a una velocidad asombrosamente vertiginosa en los últimos cien años, habiendo evolucionado en una centuria muchísimo más que a lo largo de milenios de historia.

Tan solo hace tres generaciones, a principios del siglo XX, la sociedad se regía por ideas, usos y costumbres que apenas habían variado desde la Edad Media. En las zonas rurales, muchas casas aún carecían de luz eléctrica y eran los braseros de picón escondidos bajo las enaguas de una mesa camilla, o el fuego de la chimenea, los que proporcionaban calor en el hogar. Los alimentos se conservaban en habitaciones fresqueras oscuras y frías, donde los pescados se mantenían en salazón y los chorizos y lomos embadurnados de aceite en orzas de barro. Leche fresca, pan de hogaza o alguna rosquilla de anís era la merienda más deseada por unos pequeños que ahora ya habrían rebasado el umbral de los cien años, y que gustaban de jugar en la calle, compartiendo imaginación y aventuras porque los juguetes eran artículos con los que solo se permitían soñar. Sin duda, un balón de cuero, una muñeca de trapo, un tirachinas, una peonza, una navajilla con la que transformar una rama en un caballito… eran lujos que pocos se podían permitir. En las ciudades, cada noche el farolero prendía la llama de los faroles que alumbraban las calles y el sereno acudía presto a abrir el portal de algún viandante despistado, cuando escuchaba las pertinentes palmadas de reclamo. Aquella fue, sin duda, la generación del esfuerzo, de las largas jornadas de trabajo de sol a sol y del sacrificio. De ello fueron testigos las pieles curtidas por el sol y tantas y tantas manos de dedos reumáticos retorcidos por fregar de forma habitual con el agua nívea de los pozos y los ríos.

Tras el blanco y negro resurgió con fuerza el color. Con la generación de nuestros padres, el campo y muchos pueblos lloraron su despoblación. Las calles de las ciudades, por el contrario, se llenaron de vida; de una vida que comenzó a circular en vespa y en pequeños utilitarios. Las universidades despegaron y con ello llegaron nuevas oportunidades de trabajo, los cigarrillos americanos, y la música de los guateques. Llegó el boom de natalidad y las familias numerosas, muchas veces hacinadas en pisos. Se generalizó el teléfono en los domicilios y la televisión en tecnicolor.

Quienes nacimos entre 1970 y 1980 conformamos la generación de la transición. Una generación tan afortunada como “perdida” en esa distancia oceánica que recorre lo aprendido de nuestros padres y lo que no somos capaces de comprender en nuestros hijos. Hemos pasado de la Espasa Calpe a la Wikipedia, de la máquina de escribir al entorno Windows o al Mac, del teléfono de góndola a los móviles de última generación, del vídeo Beta o VHS a Netflix y Youtube, de la hucha de cerdito a la wallet, de los cheques al portador al bizum, de Venca a Amazon, de las cartas y las postales a los whatsapp, de las pesetas a la criptomoneda…

Los jóvenes de hoy ya vienen de serie preparados para manejar las nuevas tecnologías; las controlan a la perfección, son autodidactas y autosuficientes en un universo que un buen día cambió de repente y sin apenas darnos cuenta, para no volver atrás. Un universo al que los gurús del futuro han denominado metaverso.

Este metaverso ya se ha convertido en el hábitat natural de la generación de internet. Un universo de ficción que -como todo en la vida- puede resultar tan bueno como malo, pero que es absolutamente inevitable.

Este mundo paralelo irreal pero cada día más imprescindible, está generando un negocio millonario en todo el mundo. Los desarrolladores de la realidad virtual se han lanzado a contratar arquitectos que den formas y contenidos a sus ciudades, unas urbes que no estarán habitadas por seres de carne y hueso, sino por sus avatares.

Según estiman algunos expertos La industria mundial del metaverso generará un negocio de 21.000 millones de dólares (18.500 millones de euros) en los ocho próximos años. Empresas como Coca cola, Nissan, Balenciaga, y un larguísimo etcétera, ya están en el metaverso, ofreciendo el disfrute “virtual” de sus productos y actividades. Pero el sector inmobiliario y el de los videojuegos son los auténticos reyes en este paraíso virtual.

¿Esta revolución tecnológica nos llevará a ser más sabios y prósperos? Es tan incipiente que, por el momento, desconocemos cuál será su alcance y cómo afectará a nuestras vidas. Sin embargo, aunque parezca inverosímil que necesitemos recordarlo, el ser humano no ha de ser solamente más sabio y más próspero, sino también más humano. Esperemos que esta generación de internet y las venideras, sepan hallar el equilibrio entre un mundo “matrix” y ese otro mundo real en el que el calor humano, los abrazos y la familia, sigan siendo la auténtica base de sus vidas.

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