Atrezo

El pitido final del árbitro desató una explosión de júbilo que ha recorrido el mundo, y muy especialmente los hogares, las calles, los bares y las plazas de todos los rincones de España.

Después de 94 minutos de un fútbol increíble –e imbatible–, lo consiguieron. Con el Estadio Olímpico de Berlín de testigo, y tras vencer a cuatro campeones del mundo, España se coronaba no sólo como campeona de Europa, sino como la selección que más veces lo ha conseguido: 1964, 2008, 2012 y 2024.

La tarde siguiente a la conquista de la Eurocopa, la selección aterrizó en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Instantes después, su camino la condujo al Palacio de la Zarzuela, donde tuvo lugar un emotivo encuentro con el Jefe del Estado, quien también regresaba de Berlín, de apoyar al equipo.

En un ambiente festivo, los jugadores quisieron agradecer su habitual apoyo a Felipe VI, quien se dirigió a ellos, y mirándoles de frente, uno a uno, les transmitió el sentir de toda una nación: reconocimiento a su esfuerzo, admiración por lo alcanzado, y gratitud por hacernos disfrutar. “España se merecía esta alegría”, expresó el Rey, y no puedo estar más de acuerdo con sus palabras.

Poco tiempo después, la selección acudió a una cita bien distinta, con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Todos hemos visto las caras de los jugadores a su llegada al Palacio de la Moncloa, que anticipaban el papel que su inquilino les tenía reservado: ser un mero atrezo que es la voz de origen italiano con la que la Real Academia Española de la Lengua define al “conjunto de objetos y enseres necesarios para una representación escénica”–.

De espaldas a los jugadores y el seleccionador –relegados todos a un segundo plano–, sin que nada ni nadie se interpusiera entre Él y las cámaras, Pedro Sánchez volvió a dar muestra de sí mismo.

La pulsión autocrática del presidente del Gobierno es indisimulada, también en el plano formal. Ya es habitual ver al presidente del Gobierno desafiar el protocolo y los buenos modales en presencia del Rey, propinándole desplantes, y asumiendo un papel que le es impropio.

Recuerdo la cara de perplejidad de mi compañera Ana Pastor –por aquel entonces, presidenta del Congreso– el día que Sánchez se estrenó como presidente en una recepción oficial de los Reyes, en el Palacio Real. Haber asistido a recepciones anteriores –como miembro de la oposición– y conocer el protocolo, no le disuadió de plantificarse con su mujer junto a los Reyes, y compartir línea de saludo, para acabar recibiendo, en último término, a sus invitados (los de los Reyes). Por encima del matrimonio Sánchez Gómez –y sus negocios–: nadie.

No hay que darle más vueltas: Pedro Sánchez es un autócrata que no admite límites éticos –tampoco legales– al imperio de su voluntad.

Y ahora, mientras que junto estas palabras para formar esta Tribuna en Sierra Madrid leo como el Juez llama a declarar al Presidente del Gobierno para conocer su implicación en el posible caso de tráfico de influencias y malversación de fondos públicos de su mujer con empresarios con los que curiosa y presuntamente gente de su entorno se benefició durante la pandemia y que también curiosa y presuntamente estaban en aquella noche donde la prófuga Delsy Rodríguez apareció en Barajas con maletas cuyo contenido hoy todavía son un misterio. 

Pedro Sánchez, Begoña Gomez, Ábalos, Delcy, Koldo, empresarios,…, estoy convencido que la productora “los gatos entretenimiento” que es la mayor productora que opera con Netflix en España ya tiene que tener a un escribiente tecleando como yo ese guion que cada día tiene un nuevo capítulo que filmar.

Pero más allá de películas, cortinas de humo, fango y ruido, lo que está en juego es la democracia tal como la conocemos, es decir, donde todos somos iguales ante la ley a pesar de que este Gobierno persiguiendo a los jugadores que no le sonríen, a los periodistas que no transmiten su argumentario, a las familias de los opositores políticos o a los jueces que imparten justicia intente eliminar los contrapesos que una democracia debe tener, y lo que nos demuestra que la democracia no es un estado natural de las cosas, sino algo a proteger y defender cada día. No nos resignamos a ser relegados a atrezo. Somos nosotros, los ciudadanos libres e iguales, quienes tenemos el poder y el deber de defender hasta las últimas consecuencias la Constitución y el Estado de Derecho, pues son la garantía de nuestra libertad.

 

 

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