Este no es el camino

Este no es el camino

Tú me gritas, yo te grito más fuerte.

Tú me faltas al respeto, yo lo hago más.

Tú me denuncias, yo te denuncio.

Tú me insultas, yo te insulto más.

Tú me dices una burrada, yo te digo otra más grande…

La izquierda nos ha llevado a donde la gente razonable nunca deberíamos haber llegado.

Es sabido que la izquierda se ha radicalizado, sobre todo desde que Podemos apareció en la escena pública agrupando a lo mejor de la sociedad (nótese la ironía): anarquistas, maoístas, troskistas, comunistas ortodoxos, marxistas-leninistas, activistas anticapitalistas, ecologistas radicales, feministas radicales… y, como si se tratase de una reacción en cadena, ha llevado a la gente razonable del Partido Socialista a radicalizarse también. Lo peor es que esa reacción en cadena también está arrastrando a la gente razonable del Partido Popular.

Sí, acabo de hacer una autocrítica de mi partido. Sé que esto no está de moda, pero creo que ha llegado el momento de entonar un mea culpa y reconocer que nos estamos equivocando, arrastrados por quienes quieren el caos, y yo no estoy dispuesto a hacerlo.

Siempre había habido gentuza que aprovechaba cualquier ocasión para montar ruido, camorra, disturbios y bronca, pero el Partido Socialista Obrero Español se mantenía al margen, poniendo siempre distancia de ese tipo de comportamientos incívicos que se han dado desde el inicio de la democracia. Ese PSOE condenaba los actos radicales siempre, por la máxima democrática que nos hizo huir de la dictadura, que es que “el fin nunca podía justificar los medios”. Ya fueran manifestaciones por la sanidad, la vivienda, la OTAN, guerras en otros países, demandas de agricultores o autónomos, nadie con dos dedos de frente apoyaba una manifestación que incluyera violencia.

Nos echábamos las manos a la cabeza y mostrábamos nuestra indignación cuando los franceses vaciaban nuestros camiones de verduras y hortalizas en la frontera, quemando camiones y agrediendo a nuestros compatriotas, pero también cuando se montaban disturbios en una capital española durante cualquier protesta pública. Y, obviamente, todos condenábamos los disturbios y destrozos de los CDR en Cataluña y salíamos juntos a manifestarnos y gritar por la vida cuando ETA asesinaba a alguien. Esta es la España que merece la pena, la España que trabaja por progresar, con distintos modelos -la socialdemocracia y el liberalismo-, ambos razonables, basados en la convivencia, el respeto, el orden, la ley y la condena de la violencia física y verbal.

Vamos a analizar esta última: la educación y el respeto con el que los diputados han debatido y confrontado ideas durante toda la democracia eran tan pulcros que provocaban que la sociedad asistiera con admiración a la vida política española. Nadie faltaba al respeto ni violentaba con sus palabras; al contrario, daba igual quién gobernara. Confrontaban modelos con educación, lanzaban críticas sobre la gestión, pero siempre con la máxima de que los “medios” o el “camino” era el del respeto y la educación. Me repito: el fin nunca justifica los medios.

Qué añoranza me produce recordar a Gregorio Peces-Barba, a Landelino Lavilla, a José Pedro Pérez-Llorca, Julio Anguita, Miquel Roca y, por supuesto, a los presidentes Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar o Mariano Rajoy, cada uno defendiendo sus ideas, pero siempre con respeto, talante y negociación.

Qué envidia también me produce, cuando bajamos a la política local, la más cercana al ciudadano, donde hay más contacto con los contrarios ideológicos, y compruebas cómo no sólo hay respeto y educación, sino que después de un pleno municipal, por muy acalorado que haya sido este, se van juntos a tomar una cerveza aparcando la rivalidad política y acercando la parte más humana.

Esta escalada a la que estamos siendo arrastrados todos debe detenerse, y yo, con estas cortas líneas, entono un “mea culpa” tajante.

Si cuando te gritan, tú gritas más, te igualas con lo que debes rechazar: los gritos. Si cuando te insultan, tú insultas más, te igualas con el que falta al respeto. Si esta escalada de violencia verbal y física se intenta aplacar con violencia verbal y física con la excusa de “no me van a amedrentar”, estamos cayendo en una espiral, en la que ¿y luego qué? ¿Tú me pegas, yo te pego? ¿Tú matas a uno y yo mato a cinco? ¿De verdad no hemos aprendido la lección que detallan los libros de la historia sobre dónde acaba esto?

La política no es esto. La política no es acabar con los radicales con más radicalidad. La política debe ser seria y respetuosa, dando ejemplo a la sociedad, y para eso todo, incluidas las formas, los gestos y las palabras, debe ser serio. No estoy dispuesto a admitir que en los parlamentos haya más camisetas que corbatas. Que cada uno vista como quiera, NO, la seriedad y la educación empiezan por cómo te vistes para guardar el debido respeto a la institución que representa a los ciudadanos. En chanclas y pantalón corto se va a la playa, no a los parlamentos. Si quieres gritar, súbete a la montaña y busca un sitio con eco; pero no vayas al lugar donde hay que saber escuchar para poder dialogar. Si quieres un minuto de gloria montando un espectáculo con una impresora, una bandera o una camiseta, grábate un video con el móvil, pero no lo hagas en el lugar donde la equidad y la formalidad deben prevalecer, porque allí se hacen cosas tan importantes como LEYES que afectan a la vida de la gente.

 

Este no es el camino hacia la prosperidad; este es el camino hacia un sitio que nadie quiere verbalizar, pero todo el mundo piensa. Si a la violencia verbal y física de anarquistas y radicales llegados a la política los demócratas respondemos con más violencia, volveremos a vivir un conflicto bélico como les pasó hace no mucho a otros ciudadanos en Europa.

Viva la educación, la contención y el diálogo, porque ese sí que es el camino de la democracia.

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