Una escalera para subir al madero
Sobre una suave ladera tapizada de olivos cae la noche en la subbética cordobesa. El leve viento que mece la oscuridad acaricia mi cara, y trae aromas de incienso, azahar, olivo y velas. Es primavera y como dice La Saeta, es tiempo de andar pidiendo escaleras para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno.
Amanece, anochece, y los días van cayendo uno tras otro con su inexorable cotidianidad. Y así, entre la -a veces- tediosa rutina y la desoladora actualidad con la que somos bombardeados a diario, siempre hay quiénes encuentran espacio para continuar, año tras año, pidiendo escaleras para subir al madero y acercase al Nazareno.
Es tiempo de Semana Santa y la devoción y el fervor inundan las calles y plazas. Por callejuelas estrechas, algunas con cuestas muy empinadas, sobre el frío suelo empedrado caminan los pies descalzos de penitentes que también desnudan sus almas. Túnicas de raso y terciopelo, negras, verdes y moradas, y capiruchos que apuntan al cielo perfectamente alineados, van flanqueando los pasos, al toque de la campana.
Jesús en la borriquita rodeado de algarabía y de palmas, al poco es prendido en un huerto por un beso traicionero y un puñado de monedas de plata. El martes sale en procesión el Cautivo ataviado con una impoluta túnica blanca y con las manos fuertemente amarradas. Y así, amarrado y sujeto a una columna de mármol, al Nazareno le desgarran el cuerpo, le coronan con espinas, le escupen y le insultan. Ha comenzado su Pasión más amarga.
El miércoles por la noche el silencio lo inunda todo. Desde la ermita en lo alto del calvario, bajan la imagen del cristo crucificado. Desde lo lejos se divisa una hilera de cirios prendidos que van señando el camino por la ladera de olivos negros, hasta la iglesia del pueblo. No se escuchan trompetas ni tambores, solo las respiraciones. El viento sopla suave con aromas de incienso, azahar, olivos y velas, y trae consigo sabor metálico a sangre y clavos. Sangre roja, negros clavos.
Jueves y Viernes Santo, el Cristo de la Expiración y el santo sepulcro. La Virgen rota de dolor, llora entre flores y velas, acompañando el cuerpo sin vida de su hijo, entre escudos romanos, estandartes cristianos y mantillas negras. Y de la negra soledad y la verde esperanza, al blanco de la resurrección. Llegó el tercer día. Es domingo y la luz venció sobre las tinieblas. Cristo ha resucitado.
Es tiempo de Semana Santa así que voy a sacar mi escalera para prestársela a quien quiera subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno.
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