El Partido Popular vive uno de los momentos más tristes de su historia. El domingo 20 de febrero, más de 3.000 personas se reunieron frente a la sede del PP en la calle Génova, para manifestar su apoyo a Isabel Díaz Ayuso y exigir la dimisión de Pablo Casado y de su número dos, Teodoro García Egea. Ante los gritos de la muchedumbre “Ayuso, sí. Pablo, no!”, Casado se vio en la necesidad de convocar a la cúpula del partido, y a partir de ahí, se han ido desencadenando acontecimientos y noticias a un ritmo difícilmente asimilable para la gran mayoría de los ciudadanos.

Partiendo del hecho de que no considero que Casado sea una mala persona, nada queda de aquel Pablo Casado de la España de los Balcones que ganó el último congreso del PP, y es que en el mismo momento en que alcanzó aquella primera meta, comenzó, también, su declive. ¡Qué nefastas pueden resultar las malas compañías y los malos asesores! Casado no ha sido un político valiente, ni ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Su falta de perspicacia política, le ha llevado a rodearse de algunos consejeros turbios, de personajes con espinas, cuya mediocridad no ha hecho más que sembrar un profundo resquemor y una insana envidia hacia alguien muy cercano, que por el contrario, ha sabido ir creciendo cada día, haciéndose más grande en popularidad y afecto, por su valentía, por decir las cosas con claridad, por no comulgar con ruedas de molino con algunas imposiciones absurdas provenientes de su propio partido, y por gestionar con eficacia la Comunidad de Madrid: Isabel Díaz Ayuso.

Para sus afiliados y simpatizantes, y para la gente de orden -en general-, resulta triste asistir a este episodio de autodestrucción tan devastador de un partido político histórico en nuestra democracia, un partido que cuenta entre sus filas con gente muy válida y cualificada, un partido que cada vez que ha gobernado España, ha sido capaz de restablecer una salud económica agónica heredada de la gestión socialista, un partido que defiende a ultranza la Constitución, la democracia, la unidad de España, la libertad, la justicia, las personas más vulnerables -con realidad y eficacia, no con populismos-, que defiende la meritocracia, el esfuerzo y el prestigio internacional de nuestro país. Pero, también, un partido fraticida y cainita, en demasiadas ocasiones.

Ciertamente, un asunto muy feo este de los espionajes a la familia y personas cercanas a Díaz Ayuso que Pablo Casado ha negado en todo momento, pero que, sin embargo, llevó al señor Carromero, a dimitir prácticamente en el minuto uno. Muy feas las declaraciones de Teodoro García Egea, en su comparecencia ante los medios, para informar que se le iba a abrir a Ayuso un expediente informativo que, por cierto, fue cerrado pocas horas después. En aquellas declaraciones, García Egea afirmó que “cuando nadie creía en ella… allí estuvo Pablo Casado y la Dirección Nacional para apoyarla”. Tal vez habría que recordar al señor García Egea que más bien ocurrió todo lo contrario, los madrileños la creyeron, la apoyaron y así lo manifestaron en las urnas el pasado 4 de mayo, cuando Isabel Díaz Ayuso arrasó con una mayoría histórica aplastante.

También resulta muy feo, echarse en cara las ayudas prestadas, en el seno de la propia familia. Y es que, si bien es cierto que Pablo Casado fue quien dio la oportunidad a Isabel Díaz Ayuso para presentarse como candidata a las elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid, también es cierto que ella previamente, se había jugado su carrera política por él, siendo una de las primeras voces que apostó por Pablo Casado en las primarias celebradas en julio de 2018, y que dieron a Casado la victoria como presidente nacional de partido.

Una crisis interna muy fea, en la que los barones del PP tienen mucho que decir. Pendientes del próximo Congreso nacional y de que el tiempo vaya poniendo las cosas y a las personas en su sitio, veamos el vaso medio lleno.