La magia de la Navidad
Hemos aplicado ese título a tantas cosas que se nos había olvidado que la Navidad celebra un misterio. La magia en nuestra infancia era la lotería del 22 de diciembre y que la madre era capaz de organizar una mesa de reyes cuando éramos pobres de carbón y pan duro. Los chicharros sabían a besugo y la multiplicación del mazapán se debía a que lo comíamos en pequeños pellizcos. La lotería era eso que siempre tocaba a otros que salían en el telediario derrochando espuma de sidra y cava ácido. Pasado ese primer misterio inaugural y mundano, quedaban la Nochebuena y la Noche de Reyes, el nacimiento y la epifanía. Nochebuena era una cena de un calor íntimo esencial. Nochevieja era otra cosa, un carnaval, una bacanal con el pretexto del cambio en el calendario. Este año la Navidad viene desnuda, con muchos ausentes y un gobernante que amenaza cada día con su retórica de turrón barato y azúcar refinado. La Navidad viene pobre, siempre lo ha sido, porque la riqueza es solo una circunstancia, un milagro que no tiene una renovación asegurada. La Navidad viene esencial, porque al menos siempre habrá un nacimiento en la noche helada del 24, sin publicidad, sin cursilerías edulcoradas. Este año no hemos visto, de momento, esos ridículos intentos de sustituir la Navidad por alguna celebración simiesca del solsticio de invierno, o de convertir el nacimiento de Belén en una máquina tragaperras cibernética. Este año nos quedan las manos vacías para celebrar la renovación de la vida y de la salvación. Al fin y al cabo para un milagro se necesitan pocas cosas. Como escribió el poeta ruso Brodsky, bastan “un abrigo de oveja, una semilla de ayer, para hoy cosilla de nada y agrega mañana a ese puñado el resto del espacio y al ojo un pedazo de cielo”. Que la magia de la Navidad ilumine todo el 2021.