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ÚLTIMA EDICIÓN | SIERRA MADRILEÑA

Colmenar del Arroyo, a un paso

Colmenar del Arroyo, a un paso

Belleza con duende, agua, piedra, aroma de flores, historia y versos con alma sobre fachadas blancas.

Todo el mundo sonríe en el mismo idioma, reza una de las múltiples frases poéticas que invaden las preciosas y tranquilas calles del municipio de la Sierra Madrileña que hoy hemos venido a descubrir. Y digo bien descubrir, pues Colmenar del Arroyo es una maravillosa sorpresa, a tan solo unos 50 kilómetros de Madrid, para todo aquel que desee encontrar la perfecta simbiosis entre urbanismo y naturaleza, entre modernidad y tradición, que invita a sacar lo mejor de nosotros mismos tan solo con pasear por sus bellas calles.

El día promete, pues el sol refulge con alegría en un cerúleo firmamento en el que apenas alguna nívea y despistada nube cruza por él. La suave brisa trae hasta nosotros los inconfundibles aromas de las florecillas silvestres que crecen por doquier y que engalanan con su mejor vestido a esta deseada primavera. El pueblo, del que hoy os queremos hablar, debe su nombre a que en esta zona existían múltiples colmenas gracias, precisamente, a la importante flora con la que cuenta. Respecto de su apellido… lo explica su himno:

Un arroyo indeciso y pequeño
al que apenas se le oye al pasar
por debajo de históricos puentes,
su apellido le dio a Colmenar. (…)

Si bien es cierto que existen en el término municipal necrópolis de la época visigoda, parece ser que los primeros asentamientos no se llevaron a cabo hasta el siglo XI, fundamentalmente debido a pastores segovianos.

Lo cual explica, de algún modo, la afición a los versos de este hermoso lugar, pues es menester recordar al gran Hesíodo, pastor de la antigua Grecia que confiesa en la Teogonía, cómo fue durante esos tráfagos donde halló a las Musas que lo iniciaron en la poesía. Empero, regresemos a Colmenar…

En el siglo XIV ya se hace referencia a estas tierras como lugar de caza en el Libro de la Montería de Alfonso XI de Castilla. Sin embargo, no es hasta 1626 cuando al municipio se le concede el título de Villa.

Dejamos el vehículo en las proximidades de la Plaza de España, donde se encuentra el Ayuntamiento. Se trata de un edificio de nueva construcción que fue inaugurado el 6 de octubre de 2006. Llama la atención, a pesar de su juventud, pues consta de tres cuerpos; uno central que es el de mayor tamaño, que no altura, y dos laterales, conformados por torres cuya cubierta de pizarra negra contrastan maravillosamente con la arquitectura serrana.

Nos resulta curioso el reloj de la torre sur, pero más lo hace el analógico termómetro de la torre norte. A nuestra espalda se encuentra la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, esta con bastante más historia que el anterior. Su construcción es atribuida al arquitecto Juan de Herrera, padre de El Monasterio de El Escorial, obra y lugar sobre el que ya hemos escrito recientemente. La iglesia fue levantada durante los siglos XVI y XVII.

Cuenta con un campanario de 20 metros y con una sola nave. En el interior destaca la decoración artesonada del techo y, cómo no, la pila bautismal del siglo XVII, así como el retablo Rococó de la Virgen Dolorosa. La iglesia fue inaugurada en 1615 y declarada Bien de Interés Cultural en 1983.

Dirigimos nuestros lentos pasos por estrechas calles para volver a converger en la plaza del Ayuntamiento, la cual cruzamos para ir en busca de uno de los dos famosos puentes que permiten cruzar el río que divide en dos el municipio. Llegamos, pues, al Puente de la Fragua. Se trata del más antiguo, ya que data del siglo XV. Sus piedras de sillería regular y su construcción medieval nos retrotraen a otras épocas. Ciertamente no es muy grande, pues cuenta con un único ojo por el que transcurre placido y manso el arroyo de aguas cristalinas que divide al municipio en dos.

Continuamos nuestro tranquilo caminar hasta alcanzar el segundo puente, este datado en 1760 y que no se halla muy lejos el anterior.

Se trata del Puente del Caño, el cual comunica al pueblo y las huertas con el lavadero y una bella fuente granítica. Al contrario que el anterior, este cuenta con dos ojos formados por arcos de medio punto y, al igual que aquel, no podemos evitar pensar en siglos pasados, en sus gentes, sus anhelos, sus vicisitudes diarias… Junto al puente nos encontramos con una construcción mucho más reciente, años 50 del pretérito siglo. En esta se recrea el antiguo Lavadero Municipal y en cuyo lateral podemos encontrar el Himno de Colmenar del Arroyo, del que algo ya les he escrito un poco más arriba.

Nos dirigimos ahora, por un caminito algo empinado, hasta el Cerrillo de San Gregorio, en el cual se halla el cementerio y en cuyo interior se encuentra la ermita de San Vicente que, como dice el adyacente cartel: De la antigua iglesia de San Vicente, construida entre el siglo XII y XIII queda en pie la antigua espadaña de una sola pared donde se pueden observar los huecos de las campanas que, en su día, llamaban a los colmenareños a misa (…).

Se trata, en realidad, de la primera iglesia del Concejo. Adosados a la espadaña mencionada, se aprecian los restos de lo que pudo ser el recinto interior. En las proximidades podemos coger la Senda Ecológica de la Dehesa de Navalmoral, de unos 10 kilómetros de distancia, y cuyo recorrido merece muy mucho la pena realizar, créanme queridos lectores.

Como de costumbre el tiempo transcurre más deprisa de lo que uno desease, por lo que llega el momento de marcharnos de este remanso de paz y poesía natural. No obstante, no podemos hacerlo sin visitar el famoso Fortín Blockhaus Nº 13 situado en la carretera M-510 entre  Navalagamella y Colmenar del Arroyo. Se trata de un Fortín construido a base de hormigón, entre 1938 y 1939, por el bando nacional siguiendo el modelo de la arquitectura militar de la Primera Guerra Mundial. De este, baste decir que se encuentra en perfecto estado de conservación y que, además, se puede visitar su interior.

Recuerdos de tiempos oscuros que han de servir para no cometer los mismos errores del pasado, pero que, con todo, merece la pena ir a ver y, por supuesto, recorrer.

Finalizamos nuestro grato encuentro con este municipio, llevándonos en nuestra memoria y corazón la paz, la armonía y, cómo no, la poesía que una musa, llamada Colmenar del Arroyo, nos ha hecho volver a encontrar.

 

 

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