El espectacular triunfo de Isabel Díaz Ayuso supone el principio del fin del sanchismo. El PP de Madrid obtuvo el pasado 4 de mayo el mayor número de votos de toda su historia, recuperando además el voto joven. Eligieron PP casi 100.000 votantes del PSOE. Se ganó, por primera vez, en los 21 distritos de la capital española que dirige Martínez Almeida. Se trata de un voto prestado, al que ahora no podemos defraudar. Somos conscientes de ello. No se puede perder la alegría, la ilusión que se ha sabido transmitir. Es más, esa esperanza en el futuro se extenderá por toda España. Madrid ha demostrado que la reagrupación del voto y acabar con el sanchismo es posible.

El resultado ha noqueado a Moncloa, que expedienta a socialdemócratas como Leguina o Redondo o humilla a Ángel Gabilondo. Ante el fracaso de una campaña dirigida por Redondo, que ha dejado al PSOE como tercera fuerza política en la Asamblea, ponen una gestora en un PSM-PSOE que no levanta cabeza porque es incapaz de conectar con la sociedad madrileña. Madrid, frente a la ingeniería social, demanda libertad.

La incapacidad del PSOE para ofrecer respuestas a los problemas reales de los españoles se ha traducido estos días en un recrudecimiento de la madrileñofobia por parte del sanchismo, que no entiende que Madrid no ha defendido irse de cañas, sino el permitir que se sigan poniendo dichas cañas. ¿Pero qué le han hecho los berberechos, tan sanos, a Pedro Sánchez? Sencillo: a él le va más lo deconstruido. El PSOE hace mucho que es un partido elitista que nada tiene que ver con el común de los españoles.

Cuando la pandemia azotó España la izquierda vio en ella una oportunidad para imponernos su ideología, como relato junto a Jorge Vilches en “La Tentación Totalitaria” (Almuzara, 2020). Algo que ha resumido a su manera la ministra Montero, al justificar el freírnos a impuestos para hacernos “cambiar de conducta”. Los sanchistas son una banda dedicada a regañar a los ciudadanos, a decirnos cómo tenemos que vivir, cómo debemos de pensar.

Es el totalitarismo propio de las izquierdas fracasadas del siglo pasado. Un totalitarismo que niega la individualidad, la diversidad, la pluralidad. Quieren una sociedad homogénea, a imagen y semejanza de su líder. Pero, de la mano de Pablo Casado, se impondrá en España, como ha sucedido en Madrid, la libertad.