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ÚLTIMA EDICIÓN | SIERRA MADRILEÑA

Con la naricilla helada junto al cristal

Con la naricilla helada junto al cristal

 

Con la naricilla helada junto al cristal y la ilusión rebosándole los ojos, una pequeña miraba el interior de un escaparate repleto de juguetes. Es Navidad. Pero aquel inmenso vidrio reluciente, más que una mera exposición de juegos, muñecas, cocinitas y bicicletas, era un ventanal a otra dimensión. Una dimensión que habitualmente permanecía anestesiada durante el resto de año. En ella, un pequeño Niño, llamado Jesús, recién nacido en un humilde pesebre de la lejana ciudad de Belén, llegaba al mundo para traer a los hombres un mensaje de amor, de paz, de alegría y de esperanza. Y ese hermoso mensaje nos invita a la celebración compartida con la familia, con nuestros amigos y vecinos…

Rebasado el umbral de los cincuenta, cuando uno echa la vista atrás y busca en su interior recuerdos de otras Navidades ya vividas, a la memoria llega la imagen de algún juguete especial de aquellos que pedías de forma reiterada a los Reyes Magos… ¡y que por fin un año te traían! Era la época de los primeros muñecos necuco, de las Nancy y las barriguitas, de los estuches de cremallera cargados de lápices que olían a madera y de rotuladores de infinitos colores, de cocinitas con menaje de latón, de coches de metal lacados en diferente color, del Exin Castillos, de las piezas de construcción Tente, de los libros de cuentos y de aventuras de tapa dura y con maravillosas ilustraciones a todo color, y de bicicletas con “ruedines” para aprender a conducirlas con seguridad.

Pero los recuerdos que afloran con mayor naturalidad, sin tener que rebuscar con demasiado ahínco, son los de los momentos compartidos con la familia. Recuerdo cómo mi abuela nos sentaba junto a ella y nos enseñaba a tocar la pandereta… ¡Qué bien cantaba aquellos villancicos de su tierra! Aquellos que tradicionalmente se acompañaban con el sonido rítmico de calderos, zambombas y con el rasgar de un cubierto metálico sobre la superficie rugosa de una botella de anís.

Recuerdo cuánta magia tenía la tarde en que ayudábamos a mi padre a colocar el Belén junto al árbol de Navidad. La caja de madera donde él guardaba como un tesoro, año tras año, las bolas de cristal, las luces de colores y los espumillones. Y el nacimiento, perfectamente estructurado, de forma metódica, con sus figuras, su río, su musgo y su camino de serrín emulando la arena del desierto. Y a la colocación de cada figura, le acompañaba una explicación de su historia y su papel en la vida del Niño Jesús.

Durante la Nochebuena y sin que ella se diera cuenta, me gustaba observar a mi madre. Simplemente se la veía feliz… feliz por reunir en la mesa a toda la familia, por poder compartir con muchos de sus seres queridos la noche más mágica del año. Noche de juegos y complicidades con los primos, de cantar villancicos y de comer turrón y peladillas.

También recuerdo el misterio que envolvía la noche de Reyes. El trajín incesante de mis padres que nunca llegaba a comprender, los nervios que nos impedían conciliar el sueño y el despertar por la mañana cuando alguna de mis hermanas exclamaba: “Han venido los Reyes Magos”. Aquellos sacrificados Reyes Magos no siempre traían los regalos que les habíamos pedido, pero aquello no importaba, lo más emocionante es que habían pasado por nuestra casa y, además, que consideraran que no nos habíamos debido portar mal, porque nunca nos dejaron carbón.

Es Navidad. Han pasado 2022 años desde que la mágica estrella anunciara en cielo que algo inmenso le estaba aconteciendo a la humanidad. Hoy, los pueblos y ciudades se engalanan con infinitas luces, con guirnaldas y belenes. Las calles rebosan gentes con ganas de celebrar. Los tiempos han cambiado mucho, muchísimo, pero parece que estos días la gente sonríe un poco más. En nuestras manos tenemos el derecho y el deber de contagiar a las generaciones venideras del verdadero milagro de la Navidad, porque sin amor, sin paz, sin esperanza y sin alegría, nada nos queda.

Con la naricilla helada junto al cristal, algunas décadas más tarde, me sigo asomando con la misma ilusión al mágico ventanal. Hagamos posible el mensaje de aquel Niño que nació en Belén. Es tiempo de Navidad.

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