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Realidad y ecoansiedad

Realidad y ecoansiedad

 

Se atribuye a Winston Churchill aquella frase de que el fanático es aquel que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.  Los últimos que jamás cambiarían de opinión y que están lejos de cambiar de tema son los pregoneros del apocalipsis climático. Aquellos que, desde hace unos años, nos alertan de que esto se acaba porque no hay un planeta B y ya vamos tarde en el desmontaje completo de nuestro sistema, incompatible, dicen, con la vida.

Greta Thumberg fue la primera persona que conocimos con lo que la Asociación Americana de Psicología llama ahora ecoansiedad, es decir, “el temor crónico a un cataclismo ambiental y el estrés causado por observar los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático y por la preocupación ante el futuro propio y el de las futuras generaciones”. Ella fue la primera y contagió a miles de jóvenes, en parte por culpa de una larga lista de líderes internacionales que agacharon la cabeza ante una niña con problemas que les abroncaba, irritada y desafiante, sin que hubiera una contestación razonada a la urgencia de sus miedos. Y ahí radica el problema. El gretinismo, el miedo irracional, ha pasado por encima del diagnóstico científico y honesto del cambio climático, y eso ha favorecido el aumento del escepticismo de muchas personas, aburridas de los gritos y las pancartas.

Sin embargo, y aunque el cambio climático es real, no es razonable ni que nos quedemos con las predicciones que proyectan el peor de los escenarios, ni que asumamos la estupidez de que el capitalismo está matando el planeta. Son precisamente los países más capitalistas los que mejor están protegiendo la naturaleza porque el capitalismo es, con mucha diferencia, el sistema que favorece el aprovechamiento más eficiente de los recursos. Y destruir el planeta es exactamente lo contrario.

Por eso la ecología no debe servir de excusa para imponer un sistema político intervencionista y restrictivo con la libertad de los ciudadanos, para que algunos urbanitas de izquierda radical pretendan enseñar a nuestros agricultores y ganaderos lo que es proteger el campo, o para que los jóvenes se lleven la idea de que la prosperidad y la libertad son incompatibles con el cuidado de la naturaleza.

Las principales economías del mundo han reducido sus emisiones de gases de efecto invernadero sin renunciar al crecimiento económico apoyándose en la ciencia, la tecnología y la innovación. No fueron los ecoansiosos sino las empresas e investigadores quienes inventaron baterías más eficientes, cargadores más rápidos, motores menos contaminantes, o impresionantes sistemas de recuperación de energía. No es necesario el decrecimiento, no necesitamos renunciar a estar frescos en verano y calientes en invierno, y no podemos impedir que todos tengan la oportunidad de acceder a alimentos variados y asequibles todo el año. El futuro no puede ser regresar al pasado.

Es en la economía y en la innovación donde nos jugamos el desafío del cambio climático, y es ahí donde vamos a encontrar la solución. Empresas, particulares y administraciones públicas trabajando juntas para adaptarnos a los cambios, como tantas veces. Evitando los dogmas, los gritos y a los pelmazos.

 

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Carlos Díaz-Pache

  Director General de Cooperación con el Estado y la Unión Europea de la Comunidad de Madrid

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