El grajo vanidoso
Resulta más que curioso observar cómo el mundo gira en una espiral sin fin, con sus días y sus noches, transcurriendo las semanas, los meses, los años, las centurias y hasta los milenios. Y con ese avance inexorable del tiempo, los paisajes van cambiando, se erosionan las montañas, decrecen los ríos, se derriten los polos, los volcanes producen nuevas lenguas de tierra, se talan a gran escala los pulmones verdes con los que respira nuestro planeta, algunos pueblos hibernan sin gentes tras la partida de sus últimos vecinos mientras crecen urbes espléndidas, se levantan murallas y, a su vez, se construyen puentes. La lluvia alimenta la tierra, aunque a veces la arrastra con fuerza. Y el fuego la devasta con más ferocidad que las patas del caballo del mismísimo Atila.
El mundo cambia provocando con ello la evolución en la historia de las civilizaciones; sin embargo, la esencia humana no cambia, nunca ha cambiado. Desde los tiempos de Esopo, en la Grecia clásica, allá por el año 600 a.C., pasando por el siglo XVIII español, con el genial Samaniego, hasta nuestros días, el ser humano sigue teniendo las mismas bajezas y grandezas, los mismos instintos… Por eso, las fábulas que escribieron Esopo y Samaniego con 2.400 años de diferencia entre ambos, y con otros cuatrocientos más hasta nuestra época, siguen teniendo plena vigencia.
Sus sabias historias narradas con sátira y elocuencia, imprimieron en infinidad de animales las características que son propias de los hombres. Así, por sus famosas fábulas, pasearon zorras astutas, liebres insensatas, ratones valientes, ranas ruidosas, cabritillos imprudentes, lobos peligrosos, cuervos, águilas, leones, escarabajos… Pero hoy quiero recordar la fábula del grajo vanidoso del gran Samaniego.
Con las plumas de un pavo real se vistió un grajo que pomposo, bravo y vanidoso se paseaba entre los pavos, como fuera uno más de ellos. Sin embargo, debajo de las preciosas plumas verdes irisadas se apreciaba desde lejos el plumaje negro del grajo embustero. Cuando los pavos reales advirtieron el engaño, rodearon al grajo y lo picotearon enviándolo… no se sabe dónde porque ni los suyos propios lo querían.
Y ahora, como sucede con todas las fábulas, se debe extraer la moraleja: los engaños de los malvados son inútiles con quienes conocen su condición.
No importa cuánto ni cómo cambie el mundo. Siempre habrá pavos reales y grajos vanidosos. Y siempre permanecerán las fábulas para abrirnos los ojos.
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