Que Montesquieu estaba muerto ya lo quiso dejar claro algún destacado socialista que afortunadamente ahora vuelve a defender la Constitución y la separación de poderes. Sin embargo, cada vez son más quienes rechazan cualquier freno o contrapeso al poder, siempre que se ejerza en el sentido que les conviene.

La penúltima muestra nos la ha ofrecido Mónica García, médico y madre, al comentar la sentencia del Tribunal Constitucional que confirma que el gobierno de Pedro Sánchez vulneró los derechos fundamentales de todos los españoles en el primer estado de alarma. Sostiene García, médico y madre, que si el estado de alarma era inconstitucional, “bienvenida la inconstitucionalidad”. El fin justifica los medios.

Estos adolescentes políticos entienden los controles y las limitaciones a su propio poder como un ataque a su voluntad todopoderosa, con esa vanidad del recién llegado que quiere inventar la rueda despreciando los miles de años y a los millones de personas que han participado en el diseño de la arquitectura institucional de los Estados de Derecho modernos. Por ejemplo, los populistas proclaman, como hacía Eva Perón, que toda necesidad es un derecho, así que pueden sacárselos de la manga sin establecer deberes equivalentes que los equilibren. Recordemos al hermanísimo del ministro de consumo con su teoría de que un país jamás puede quebrar porque tiene la capacidad de imprimir dinero ilimitado para pagar deudas o contratar, si quisiera, a toda la población. Es la economía-magia que haría sonrojar a cualquiera de esas personas pequeñitas que ya han conseguido aprobar algún curso de educación primaria.

El populismo, y el comunismo, consisten en que la voluntad del pueblo, convenientemente interpretada por algunos, debe ser la primera y única guía de la actuación de todos los poderes, públicos y privados, que quedan absolutamente supeditados a ella. Gobiernos, parlamentos, jueces o empresas deben someterse a esa voluntad, que se constituye en una Ley no escrita que además no puede verse condicionada por normativa alguna. Ya saben, bienvenida la inconstitucionalidad.

Así se refleja, por ejemplo, en la Constitución del régimen dictatorial cubano, donde el Partido Comunista es reconocido como “vanguardia organizada de la nación Cubana” y se le otorga el estatus de “fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Un partido político, el único, dirigiendo la sociedad en un país donde el pueblo, sus instituciones, su gobierno y el partido son la misma cosa, y por lo tanto su máximo dirigente ostenta un poder absoluto sobre cada detalle de la vida de cada ciudadano sin nada ni nadie que pueda limitarlo. Un periodista sostenía estos días que si la voluntad popular inspira la Constitución española y convierte al Tribunal Constitucional en su máximo intérprete, la sentencia sobre el estado de alarma suponía un error porque el pueblo soberano había aceptado las restricciones, independientemente de su legalidad.

Los atropellos y las majaderías son ya de tal calibre, que si los jóvenes no entienden de forma clara y rápida que es la ley y no su voluntad caprichosa y cambiante la que garantiza todos nuestros derechos y libertades, en muy poco tiempo tendremos el caldo de cultivo perfecto para imponer, sin pegar un solo tiro, una dictadura totalitaria que será recibida con flores, verduras y cánticos por ser feminista, resiliente, antiespecista e inclusiva. Y cuando venga el terror y la violencia, será demasiado tarde para todos. El triunfo de la voluntad sobre la realidad o sobre la legalidad será el triunfo del populismo sobre la civilización. Así que simplificando mucho, si la opción es Ley o cualquier cosa maravillosa que propone la izquierda y que solucionará mágicamente todos los problemas, les recomiendo que escojan, sin ninguna duda, Ley.