La escena se repite dos veces al año, en junio y en diciembre. Diversas personas se concentran en la esquina de la calle Santander con la avenida de las Islas Filipinas en Madrid y depositan una corona de flores a los pies de una estatua, mientras suenan los himnos de España y Filipinas.

Muchos transeúntes desconocen que se trata de la efigie del doctor José Rizal, médico, escritor y político filipino, injustamente fusilado por la Corona española en 1896. Era un patriota filipino y español que abogaba porque el archipiélago fuese considerado como una provincia más española, pero las autoridades, que le tomaron por un revolucionario, le condenaron a muerte. Este mes de junio se han cumplidos 160 años de su ejecución.

La estatua de bronce de quince metros de altura, regalo del gobierno filipino, se erigió en Madrid en 1996, porque en esta ciudad estudió Rizal, colaboró con el periódico La Solidaridad, y pasó varios años de su vida. Como los personajes de La Colmena, de Camilo José Cela, los estudiantes de la época vivían en pensiones baratas, y Rizal no fue una excepción. Residió en diversas casas de huéspedes, en la calle del Amor de Dios, en San Miguel, en Barquillo, en Pizarro, en Cedaceros, y en la calle Visitación número 7, hoy calle de Manuel Fernández y González, y donde todavía sigue existiendo el “Viva Madrid”, el restaurante en el que el escritor pasaba largas horas, escribiendo y compartiendo animada tertulia con sus amigos.

Pasear por Madrid puede convertirse en una de las mejores clases de historia. Algunos de sus bares y restaurantes fueron lugar habitual de inspiración y conversación de ilustres personajes. Muchas casas, que ahora nos parecen anónimas, albergaron sus años de juventud y estudios. Diversas estatuas, que jalonan nuestras calles, plazas y avenidas, son testimonio mudo de otros tiempos que no debemos olvidar.

Si el periodismo es el primer borrador de la historia, los monumentos son el recuerdo de lo que fuimos. Cuando tengamos ocasión de pasear por Madrid, detengámonos ante las efigies que encontremos. Sepamos a quién representan y honremos nuestra historia. Porque no hay peor muerte que el olvido