Chanquete ha muerto
Domingo, 7 de febrero de 1982, España se paraliza frente al televisor. “¡Chanquete ha muerto!” gritaba con voz desgarrada un jovencísimo Pancho, para advertir a sus amigos de la muerte de uno de los personajes más míticos y entrañables de la historia de la televisión española. Y aquella España de los veranos cálidos interminables en la que muchos jóvenes vivían su primer amor, de los viajes por carretera de doble sentido con los turismos cargados de forma inverosímil, del milagroso “zumo” Tang que se elaboraba en casa a base de unos polvos con sabor a naranja que nos parecían una auténtica delicia, de los domingos de piscina en familia con tortilla de patatas y filetes empanados, de abnegados rodríguez, y de pandillas de amigos que pedaleaban horas y horas cada día recorriendo las calles de sus pueblos de veraneo… aquella España inocente, sencilla, trabajadora y solidaria, lloró al unísono frente al televisor.
Ya han pasado 40 años de aquel Verano Azul en el que el genial Antonio Mercero unió a todos los españoles como una gran familia. Ahora, las “pandis” no viajan en bicicleta, sino en Falcon. Ahora, los jóvenes -en general- han cambiado las calles por las consolas. Los rodríguez se extinguieron y los filetes empanados y la tortilla de patatas que con tanto amor preparaba la abuela, dejaron paso a la comida rápida preparada.
Ahora ya no somos tan inocentes. El devenir de la historia marcado estratégicamente por gurús doctorados en ingeniería social nos ha ido arrancando la inocencia a girones. La sociedad, en general, se ha adormecido. Vivimos en un estado de confort ficticio donde ni somos más libres ni somos más felices.
Hubo un día en el que la inocencia nos permitió llorar juntos por la muerte de Chanquete. Hoy, nuestros ojos como sociedad se han encallecido de observar la continua barbarie que nos muestran los medios de comunicación. Cada día vemos muertos tirados por las calles de Ucrania. Vemos España arder por los cuatro costados. Somos testigos consumidores de injusticias y atrocidades. Pero nuestra retina se ha endurecido y ahora ya no lloramos.
Chanquete murió hace cuarenta años y con él comenzó a morir, también, una parte de nosotros. Desconocemos qué nos deparará el futuro, pero para quienes tuvimos el privilegio de disfrutar en familia de aquellos largos veranos azules, de vivir algún amor de verano y de pedalear junto a nuestra pandilla porque las bicicletas eran para el verano, siempre nos quedarán los recuerdos que nos humanizan y nos trenzan como sociedad.
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