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Hansel sin “Gretel”

Hansel sin “Gretel”

 

Siempre he amado la Literatura y, desde bien pequeña, pasaba largas horas leyendo una y otra vez cuentos clásicos de Andersen, Oscar Wilde, Dickens, los hermanos Grimm... Cada vez que abría uno de aquellos libros, recorría sus páginas disfrutando del tacto y el aroma del papel, con el mismo entusiasmo con que lo hiciera por primera vez, para reencontrarme con personajes fascinantes como la vendedora de fósforos, el señor Scrooge, Hansel y Gretel… Todos ellos protagonistas de historias asombrosas. Naturalmente, algunas tiernas y otras terribles.

Hoy, el papel ya añejo ha dejado paso al tacto frío del cristal, y las historias se escriben a golpe de tuit. Sin embargo, sigue habiendo héroes y villanos. Y en estos días, un nuevo villano ha asomado su lengua envenenada, sus puños de matón y su retorcida y repugnante miseria moral, a ese mundo que traspasa el plano escrito con los pulgares para llegar hasta el mundo real, y sorber la escasa voluntad de los violentos que buscan cualquier excusa para incendiar las calles. El protagonista de esta historia es Hasel -sin ene-. Y le han sobrado Gretel, la bruja y la casita de chocolate, para escribir un nuevo cuento grotesco a base de vomitar odio, violencia y destrucción.

El “rapero” Pablo Hasel ha sido juzgado y encarcelado. Su detención y entrada en prisión han provocado disturbios en las calles de ciudades como Madrid o Barcelona, que se han saldado -por el momento- con más de medio centenar de heridos, otros tantos detenidos, tiendas y mobiliario urbano destrozados, etc.

El asunto ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la libertad de expresión, algo absolutamente incomprensible, en un caso en el que queda sobradamente claro hasta dónde llega la libertad de expresión y cómo se han traspasado los límites de la incitación al odio, los ataques a la Corona, y el enaltecimiento del terrorismo, tipificados como delitos en nuestro ordenamiento jurídico. Punto. No hay más debate.

Este “mártir de la libertad de expresión”, no es solo violento con sus palabras, sino que también lo es con sus hechos. En 2020 fue condenado por lesiones tras agredir y rociar con un líquido de limpieza a un periodista, y a dos años y medio de cárcel por agredir a un testigo en un juicio.

Y mientras la violencia tomaba las calles, Pedro Sánchez permanecía callado -como viene siendo habitual últimamente-, y la parte morada de su Gobierno, como era de esperar, aprovechaba la situación para sacar tajada política, situándose del lado de los suyos, la ultraizquierda violenta. Echenique, alentaba las protestas por Hasel, calificando a los manifestantes de "jóvenes antifascistas que piden justicia y libertad de expresión en las calles", y su partido, formando parte del Gobierno, ha tenido la imperdonable desfachatez de criticar la actuación policial.

Naturalmente, el líder podemita, Pablo Iglesias, no podía ser menos, y no dudó en mencionar al rapero para cuestionar la “plena normalidad democrática” de España. Ese mismo Pablo Iglesias que quiere meter en la cárcel a un vecino de Galapagar por manifestarse frente a su casoplón y llamarle “garrapata”. Ese mismo Pablo Iglesias por el que Interior abrió expediente al policía Perdiguero por llamarle “el del moño”. Sin duda, expresiones gravísimas en comparación con las vomitadas por Hasel. Ese mismo Pablo Iglesias que afirmó: “Me emociona ver que unos manifestantes agreden a un policía”.

Historias, cuentos, héroes y villanos. Del tuit a las calles. La violencia no es libertad, es delito. Y los delitos se pagan en la cárcel.

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