El timo de la estampita

El timo de la estampita

 

Ya lo determina el Principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”. Pero, no siempre es tan fácil diferenciar entre perversidad y estulticia.

Nos lo preguntamos ante los motivos que llevaron Irene Montero a impulsar una ley, la del “solo sí es sí”, cuyo efecto más llamativo ha sido el de poner en libertad a violadores que estaban encarcelados y a reducir la condena de multitud de agresores sexuales.

Nadie en su sano juicio concluiría que la intención de la ministra era provocar un efecto tan perverso. Su necedad y prepotencia, al negarse a escuchar las recomendaciones de los expertos que advertían de lo que iba a ocurrir, nos induce a pensar que, en este caso, se trata claramente de incompetencia.

Desde su ignorancia jurídica, su desconocimiento legislativo y su incapacidad para ocupar un puesto como el suyo, Irene Montero ha demostrado su insensatez a la hora de tomar decisiones para las que no está preparada. Pero también su soberbia, al negarse a reconocer sus errores, y su rencor e infantilismo, al arremeter contra los magistrados, a los que acusa de machistas y ultraderechistas.

Pero, al margen de su necedad y fatuidad, el comportamiento de la ministra debe ser analizado en el marco de la actuación de un gobierno en su conjunto, que se caracteriza por la ingeniería social que preside todas sus decisiones.

Poner violadores en libertad podría considerarse un error aislado, si no fuera porque otras medidas del Ejecutivo han conducido a la excarcelación de asesinos, el indulto a golpistas, el blanqueo del pasado criminal de terroristas, el desprecio a las víctimas, la legitimación a los malversadores, la despenalización de actos violentos y el recorte de la capacidad operativa de los policías. Todo parece ir en el mismo camino.

En el “timo de la estampita”, el que se hacía el tonto resultaba ser el listo que estafaba a los incautos que, llevados de su codicia, picaban en el anzuelo, creyendo ser los que controlaban la situación. Quizá ahora, los ciudadanos, compasivos ante lo que parece simple incapacidad, no son conscientes de ser las auténticas víctimas de una operación perfectamente diseñada para cambiar la sociedad en la que vivimos.

Va a resultar que el tonto —o la tonta o el tonte— es más listo de lo que pensamos.

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