Hicieron una ley para proteger a las mujeres. La redactaron con ruido y furia, sin conocimiento. Hoy salen a la calle los indeseables que agredieron a las mujeres, a los niños, a las niñas. Pusieron en la mesa del Consejo de ministros otra ley para jugar con el sexo con el pretexto del género. Si el niño en el patio juega a la goma, hay que avisar a la familia: tienen un ser encerrado en un cuerpo equivocado. Un tratamiento hormonal, algo de cirugía, y un camino que no tiene vuelta atrás. Los damnificados son legión. Tienen en marcha otro artefacto legal para enviar a las mujeres que ejercen la prostitución a la clandestinidad. Cuando aparezcan en un contenedor, descuartizadas, negarán su responsabilidad como han hecho hasta ahora con todos los fiascos en los que han jugado con tu vida, con tu honor, con tus ideas, con tus buenos sentimientos. Prometieron empoderar a las mujeres, que hoy viven peor que hace veinte años, enfrentadas a los hombres como si fuésemos el enemigo. Quien piensa distinto no se atreve a decirlo. Solo en privado se escuchan las voces disonantes. La libertad ya no es lo que era. El mal vino, como nos anunció Chesterton, subido en un caballo blanco. Promesa de liberación. Pero somos esclavos de una ideología antihumanista, que juega con nuestras vidas, mientras nosotros asistimos perplejos. Nunca como hoy la sociedad española demostró una sumisión tan de rebaño, tan dócil y maleable. Se pide la dimisión de Irene, la piden desde la derecha y desde parte de la izquierda; la piden los machistas y los que no lo son, los liberales y los socialdemócratas. No es Irene, lector. Es el gobierno que nos juega, el que, borracho de ideología, no ve la realidad, se niega a verla, la rechaza. Y cuando niegas la realidad, esta se venga siempre en forma de tragedia. La de las víctimas de abusos, la de los niños cercenados que, ya mayores, buscan el infante que un cirujano les rebanó para cumplir un precepto ideológico que caduca más rápido que un yogur.