San Lorenzo de El Escorial, majestuosa monumentalidad al abrigo de la Sierra de Guadarrama

San Lorenzo de El Escorial, majestuosa monumentalidad al abrigo de la Sierra de Guadarrama

Fue mandado construir en 1557 por Felipe II a raíz de la importante victoria obtenida por España contra los franceses en la batalla de San Quintín.

Continuando con esta serie de artículos dedicados a nuestros pueblos de la Sierra Madrileña, hoy nos acercamos a uno de los municipios más destacados por su importancia histórica y cultural. Se trata de San Lorenzo de El Escorial, situado en la ladera meridional del monte Abantos, en la sierra de Guadarrama, a 1.028 metros de altitud y a 47 kilómetros de la gran ciudad. Como muchos conocerán, fue mandado construir en 1557 por Felipe II a raíz de la importante victoria obtenida por España contra los franceses en la batalla de San Quintín. Tras esta, el rey decidió celebrar la victoria ordenando la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el cual fue dedicado a San Lorenzo por estar el día de la victoria consagrado a dicho santo.

Si bien aún quedan pocos días para el inicio oficial de la primavera, parece que la diosa Fortuna nos regala con un día espléndido de sol y con temperaturas templadas y alejadas de las más habituales del invierno y de estas latitudes. Así, pues, dejamos el vehículo aparcado en las proximidades del Monasterio y caminamos sin prisa hacia la entrada de este, ya que como no podía ser de otro modo, esta será nuestra primera visita.

El Monasterio de El Escorial, como ya hemos adelantado, fue ordenado construir por Felipe II en el centro geográfico de la península ibérica. El arquitecto encargado de tamaña obra fue Juan Bautista de Toledo, interviniendo posteriormente Juan de Herrera, quien nos dejaría para la posteridad su importante estilo herreriano. Otros arquitectos que contribuyeron a la colosal obra fueron Francisco de Mora, Juan de Minjares y Giovanni Battista Castello. Nos llama la atención inicialmente el Patio de los Reyes Judíos, donde nos reciben las estatuas de David, Salomón, Ezequías, Josafat, Josías y Manasés realizadas magistralmente por Juan Bautista Monegro.

Siguiendo las indicaciones de los carteles, accedemos a la Basílica, la cual ocupa la parte central de todo el conjunto arquitectónico del monasterio y que fue realizado por Juan de Herrera. Nos asombran las bóvedas de cañón con frescos, separadas por cuatro pilares de orden dórico decorados con pilastras de este mismo orden. También sobrecoge la increíble cúpula de 17 metros de diámetro y 92 de altura, inspirada en la del Vaticano y realizada, como casi todo el monasterio, en granito. Continuamos nuestra visita por la Real Biblioteca que nos acoge con sus frescos y sus armarios repletos de textos de otros tiempos, además de algunos instrumentos científicos y matemáticos. Se trata de una de las bibliotecas históricas más relevantes del mundo que, como no podía ser de otro modo, fue también ideada por Felipe II como centro del saber científico y humanístico del Renacimiento. Nuestros pasos nos conducen al Claustro Principal. Este se halla en torno al Patio de Evangelistas. Destaca la escalera imperial que da acceso al convento y en el que podemos apreciar el fresco realizado en 1692 por Luca Giordano denominado La Gloria de la Casa de Austria. Pasamos a las Salas Capitulares, donde los monjes Jerónimos celebraban sus juntas para la elección de los priores, entre otras cosas. El Panteón de los Infantes (el de los Reyes no era visitable), merece una mención especial pues, aunque la construcción es más moderna, data del siglo XIX y fue mandado realizar por la reina Isabel II. Las nueve cámaras de las que consta se hallan recubiertas de mármol de Carrara, resultando en su conjunto algo ciertamente espectacular. La visita continúa por el Palacio de los Austrias, el cual se articula en torno al Patio de Mascarones y con las habitaciones del rey y de la reina simétricas. Parece ser que Felipe II acostumbraba a seguir desde su habituación los oficios religiosos, así como a meditar mientras admiraba los jardines. Desde su despacho, figúrense, dirigía prácticamente todo el mundo. Es digno de mención en este palacio la Sala de Batallas, donde se representan escenas bélicas tales como la propia de San Quintín, la anexión de Portugal a la corona o la de la Higueruela. Continuamos avanzando en la dirección que señalan las flechas de Patrimonio Nacional, las cuales nos llevan hasta el Palacio de los Borbones. Tras Carlos II, el último Austria, llegó la dinastía de los Borbones en 1700. Fue Carlos III quien decidió modificar ciertos espacios del monasterio para adecuar el cuarto de los Príncipes de Asturias al estilo de la moda francesa, más del gusto de los Borbones. Carlos IV encargó a Juan de Villanueva construir una escalera que daba acceso al palacio. Pero si algo destaca en este palacio, son los increíbles tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara que visten buena parte de las paredes con obras de Goya, Bayeu y José de Castillo.

Quisiera poder entrar en más detalle, pero el espacio de este artículo es finito y no puedo extenderme más, pues aún faltan muchas cosa por ver ya que, si hay algo claro respecto de San Lorenzo de El Escorial, es que este es mucho más que el Monasterio. Así, pues, bordeamos la monumental fachada para llegar bajo un radiante sol hasta el Jardín de los Frailes. Se trata de una visita obligada, pues no en vano es el mejor exponente que tenía Felipe II del concepto de Jardín. Este no era otro que además de proporcionar belleza visual, debía de permitir el cultivo de hortalizas y frutas. Tenía que abrirse al mundo exterior logrando integrar arquitectura y naturaleza en perfecta armonía. En el momento de su construcción, el lugar llegó a ser comparado con los míticos jardines colgantes de Babilonia. Las vistas desde este lugar de buena parte de la Comunidad de Madrid resultan abrumadoras cuando menos.

El tiempo pasa y aún queda mucho por ver, pero como bien dijo Cervantes en El Quijote: (…) el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. Así, pues, pasamos por uno de los arcos, este en la calle Grimaldi, para llegar a la zona urbanizada más allá del Monasterio, donde esperamos dar buena cuenta de una comida bien ganada. Sin embargo, no podemos pasar por alto dicho arco. El rey Felipe II mandó a Juan de Herrera y Francisco de Mora el proyecto y la construcción de varias edificaciones fuera del perímetro monástico, a fin de acoger las dependencias secundarias que no hubieran sido incluidas en él. De este modo, entre los años 1587 y 1596, se levantaron las dos primeras Casas de Oficios, entre la Lonja y la actual calle de Floridablanca, la cual, por cierto, bulle de vida. Los arcos en cuestión fueron pensados para comunicar entre sí los edificios y, sin duda, son un rasgo más de belleza para este simpar municipio de la Sierra Madrileña.

Tras el necesario y reponedor yantar, que se puede disfrutar en los múltiples restaurantes en torno a la plaza de la Constitución, nos dirigimos con parsimonia al Real Coliseo de Carlos III, donde antaño disfruté en su singular cafetería de más de un café, pero que, por desgracia, no es posible debido a que en el día de la visita permanece cerrado. No obstante, es de destacar este lugar inaugurado en 1771, ya que fue declarado Bien de Interés Cultural en 1995. Se trata del teatro cubierto más antiguo de España y, sin duda, uno de los más bellos, pues no en vano es de los pocos teatros de corte del siglo XVIII que se conserva en Europa. El encargado de su ejecución fue el arquitecto Jaime Marquet, aunque más tarde fue reformado por el famoso y aclamado Juan de Villanueva.

Queda mucho por ver y hacer, pero se hace tarde, por lo que cogemos el vehículo para visitar la Casita del Infante, situada no muy lejos del monasterio. Esta fue construida por el arquitecto neoclásico Juan de Villanueva entre 1771 y 1773. La idea era que fuese una especie de casa de campo para el infante don Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III. Su bella arquitectura se integra a la perfección en un jardín formado por terrazas descendentes al estilo italiano. Desde este lugar se contempla, sin duda, una de las mejores vistas del Monasterio.

Es hora de finalizar nuestra larga visita, pero no podemos marcharnos sin visitar la famosa Silla de Felipe II. Así, pues, ponemos rumbo al bello paraje de la zona de la Herrería. Se dice que desde aquí observaba el monarca la construcción del monasterio. La ruta es muy bella y no demasiado larga. Las supuestas sillas están labradas en la propia roca granítica desde donde se puede observar majestuoso el Monasterio de El Escorial. Existe otra teoría que contradice a la más bonita… que fuese el mirador de Felipe II, y es aquella en la que se piensa que realmente fue un altar de sacrificios vetón. Yo, personalmente, prefiero la primera, pero que cada uno se quede con la historia que más le agrade. Para ello, sin duda, es menester acudir a este lugar y, por supuesto, al Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, uno de los municipios más populares de Madrid y de toda España.

Nos quedan lugares que visitar pertenecientes a este término municipal, como El Valle de los Caídos, entre otros. Empero qué duda cabe que mejor que contárselo yo, es que lo visiten ustedes para empaparse de la historia y magia de una de los parajes y municipios más bellos de Madrid y de nuestra Sierra Madrileña.

 

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