Que vuelva Barrio Sésamo
Varias generaciones de españoles crecimos con aquella amigable compañía que nos llegaba cada tarde desde el populoso y divertido Barrio Sésamo, en nuestra pequeña parcela de esparcimiento lúdico entre la jornada escolar y la hora de hacer los deberes. Y así, con la naricilla pegada al televisor y mientras merendábamos una rebanada de pan con mantequilla y azúcar, la gallina Caponata, Espinete o Don Pimpón, nos enseñaban sin que fuéramos conscientes de ello, lecciones de humanidad, de solidaridad, de compañerismo y de amor y respeto por los animales y la naturaleza. Entre aquellos personajes entrañables de gomaespuma, uno de mis favoritos era el genial Coco. No era cuestión fácil decantarse por uno de aquellos muñecos, teniendo que elegir entre un elenco tan fascinante integrado por personajes como la rana Gustavo, la cerdita Peggy o el monstruo de las galletas, pero Coco era especialmente divertido y nos enseñaba cuestiones tan básicas como la diferencia entre arriba y abajo, o cerca y lejos… Sin duda, con la sonrisa en los labios, aprendimos unas cuantas lecciones. Entre ellas, la importancia de ser consecuente con uno mismo y que lo que se dice y lo que se hace, deben ir en una misma línea.
Sin embargo, y a pesar de haber pertenecido a la misma época de todas aquellas generaciones que crecieron aprendiendo ciertos valores básicos a través de una incipiente televisión a color, algunos sujetos no aprendieron la lección, tal vez porque no quisieron, tal vez porque su alma ya era impermeable a empatizar con los demás, o tal vez, simplemente la hayan apartado de su conciencia por intereses personales más motivadores y contundentes.
Y ahora, en los tiempos que corren, qué pena que quienes se encuentran al frente del Gobierno de España son, precisamente, aquellos no aprendieron la lección, quiénes no han empatizado salvo con ellos mismos y con sus propios intereses personales, quiénes carentes de todo valor y toda ética utilizan constantemente la mentira para tratar manipular a la sociedad, quienes criticaban una casta política y resultan ser los políticos más sectarios, en definitiva, quienes no son en absoluto consecuentes entre lo que dicen y lo que hacen. El más claro ejemplo lo protagonizan Pedro y Pablo.
Pedro Sánchez pasará a los anales de la historia por ser el presidente del “no es no”. Sin duda por otras muchas cosas –desgraciadamente ninguna buena ni para España ni para los españoles-. Pero, en concreto, ese no es no, es el resumen de sí mismo, de su esencia humana, definida por la negatividad, la contradicción y la inconsecuencia. Y es que aquel no es no que esgrimía con una contundencia casi caricaturesca durante su última campaña electoral, cambió a un no es sí en cuanto las circunstancias se lo exigieron para alcanzar su obsesivo objetivo personal de abrazar La Moncloa y de aferrarse al sillón de la presidencia del Gobierno de España.
El presidente Sánchez, ese que ahora manifiesta públicamente nada menos que en la sede del Senado, sus condolencias por la muerte de un miembro de “la banda ETA” obviando de forma obscena la palabra terrorista y mostrando una faz que no ha mostrado previamente con las víctimas del terrorismo o con los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado fallecidos en acto de servicio o no, hace unos meses, antes de ser investido con calzador presidente de este Gobierno “Franquenstein” afirmaba que no pactaría con la organización proetarra Bildu. «Con Bildu no vamos a pactar. Se lo repito. Con Bildu no vamos a pactar. Si quieres lo digo 5 veces o 20 durante la entrevista, con Bildu no vamos a pactar», repetía una y otra vez el señor Sánchez en una entrevista en la televisión navarra. Sin embargo, el PSOE gobierna en la Comunidad Foral de Navarra gracias a la abstención de EH Bildu y el negacionista Sánchez logró alcanzar su ansiado sillón de presidente del Gobierno gracias a la abstención de la formación del condenado Aranldo Otegi, en el Congreso de los Diputados.
Rizando el rizo de la retórica, a su no es no, le añadió un nunca es nunca cuando en el último debate electoral antes del 10-N, aseguró que «los líderes independentistas no son de fiar» y que por ello, nunca utilizaría el separatismo para llegar a La Moncloa. Pero, de nuevo, el no se transformó en sí, y abandonó su posición ficticia de distanciamiento del independentismo y las 13 abstenciones pactadas con ERC le dieron la llave de La Moncloa.
La batería de incongruencias y mentiras vertidas en modo electoralista por el señor Sánchez es una fuente inagotable. Sin embargo, encabezando el top ten de sus falacias, y superando con creces –si eso es posible- a las negaciones de pactos con EH Bildu y ERC, se halla una que nos quita el sueño a todos los españoles, excepto a él, a pesar de haber afirmado en su día que tener a Pablo Iglesias en el Gobierno no le dejaría dormir por las noches.
Cabe recordar que durante la investidura fallida en verano de 2019, Sánchez le dedicó estas palabras a su actual “leal” escudero y vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias: «Le diré algo, señor Iglesias, si para ser presidente del Gobierno tengo que renunciar a mis principios, si tengo que formar un Gobierno a sabiendas de que no será útil a mi país, entonces usted está en lo cierto: yo no seré presidente ahora”.
Pues sí, Pedro Sánchez llegó a La Moncloa de la mano de aquel a quien no le hubiera confiado jamás las llaves de su casa. Renunció a sus principios, si es que algún día los tuvo. Y ha traspasado todas cada una de las líneas rojas que él mismo se trazó por interés electoralista, pactando con comunistas, separatistas y proetarras.
El no es no del presidente le ha convertido en una caricatura de sí mismo. Nunca sabremos si Sánchez vio Barrio Sésamo, pero su actitud y su nimia catadura moral ponen de manifiesto cada día su carencia de empatía, de valores y su inconsecuencia.
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