El veneno del fanatismo

El veneno del fanatismo

 

Las dramáticas imágenes de la evacuación de Kabul y los centenares de colaboradores afganos abandonados a su suerte ponen de manifiesto el fracaso de Joe Biden en la operación de retirada. Pero hay que reconocer que no le faltó razón al presidente de los Estados Unidos cuando dijo que “nuestras tropas no van a luchar una guerra que los afganos no quieren pelear”. La huida del presidente afgano Ashraf Ghani con sus coches cargados de dinero no es más que la evidencia del fallido estado que veinte años de guerra no han conseguido enderezar.

A Washington se le acusa de ejercer de gendarme del planeta, pero bien que recurren a su poderío todas las naciones del mundo occidental cuando se sienten amenazadas. Fue la administración de Donald Trump la que firmó en Doha, en febrero de 2020, el acuerdo de retirada del país, ante el convencimiento de que, si no eran los propios afganos los que se hicieran fuertes ante los talibanes, ningún ejército extranjero podría perpetuar su presencia en el país para mantener un orden artificial, impuesto por las armas, mientras la amenaza del yihadismo sigue poniendo en jaque el orden mundial.

La precipitada salida de las tropas de Kabul, que evoca la amarga imagen de la caída de Saigón, es una mala noticia para el mundo libre. En pocas horas, el régimen talibán se hizo con el control del país e impuso la ley islámica. Los rebeldes se han apoderado de gran cantidad de armas y equipos que las tropas han abandonado en su huida. Afganistán vuelve a ser el nido de terroristas que se pretendió neutralizar tras los atentados del 11-S, y joya de un fanatismo que, prescindiendo del nombre que se le ponga, sea Estado Islámico, ISIS, Al Qaeda o régimen talibán, se consolida como una seria amenaza a nuestra forma de vida.

La democracia, los derechos humanos y los avances sociales han sufrido un nuevo revés. La progresía de salón, sin embargo, mira para otro lado. No hemos visto organizaciones feministas denunciando la violación de derechos que sufren las mujeres bajo la ley islámica ni promoviendo iniciativas para socorrerlas. Tampoco manifestaciones contra el régimen talibán, como las que sí se produjeron, coreando el “No a la guerra”, tras la foto de las Azores.

El veneno del fanatismo, que ahora emponzoña Afganistán, no es más que el simple reflejo de otra toxina que hace ya tiempo que ha infectado a nuestras sociedades occidentales, en las que somos cada vez menos capaces de defender nuestra historia, legado, cultura y creencias y de identificar claramente las amenazas a nuestra civilización.

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