El municipalismo es la expresión de ejercicio político más bella, más interesante y más enriquecedora para quienes la ejercen con verdadera vocación de servicio público. Es cercanía en estado puro, y desde el más absoluto humanismo, implica el conocimiento de la realidad del prójimo, la empatía hacia sus problemas, inquietudes y necesidades, y desde el corazón, la razón y el conocimiento, la búsqueda eficaz de soluciones que contribuyan a paliar sus problemas, a satisfacer sus necesidades y dotar a los ciudadanos de la mayor calidad de vida posible.
La fragmentación del panorama político español padecido en los últimos años también ha influido, lógicamente, en el ámbito político municipal. De las últimas elecciones municipales, celebradas el 26 de mayo de 2019, surgieron incuantificables gobiernos “Frankenstein”, ensamblados de forma absolutamente antinatural, entre grupos políticos que no tenían en común principios ni valores, solo la mera necesidad de acceder o bien de aferrarse al poder del gobierno consistorial. No acertaron en nada aquellos nuevos gurús de la política o de la comunicación que vaticinaron las bondades que acarrearía la nueva amalgama de formaciones políticas y que, según sus predicciones, traerían consigo diálogo, pluralidad y control responsable y constructivo de la gestión en los municipios. No se sabe si erraron por interés o por desconocimiento, pero el resultado, tres años después, ha sido nefasto para muchos ayuntamientos.
La fragmentación forzó a pactos de gobierno asentados sobre el apoyo mutuo de formaciones que no tenían nada en común, ni tan siquiera lo más básico: velar por el interés de sus vecinos, por el bien común y por el desarrollo de sus municipios.
Esta legislatura ha sido pésima para muchos regidores que han gobernado maniatados, bien por la espada de Damocles impuesta de forma permanente por sus socios de gobierno, o bien porque el rodillo de la oposición frente a gobiernos en minoría, ha minado sistemáticamente cada moción, cada propuesta, simplemente porque sí, sin reparar en el daño que con ello se pudiera ocasionar a sus pueblos o ciudades. Tres años perdidos. No está España para egoísmos, ni resentimientos. Tres años perdidos, también para aquellos otros alcaldes que tomaron la postura de maniatarse a sí mismos, porque venían a pasar el rato, sin hacer ruido, buscando solo mantenerse. Son pocos los municipios que han podido brillar esta legislatura, aunque haberlos haylos, y en estos casos, el esfuerzo de sus regidores ha sido ímprobo. Quedan menos de diez meses para celebrar nuevas elecciones. Veremos si la ciudadanía ha sabido tomar nota.