Camino del Gólgota
Es primavera. Sobre las suaves laderas cubiertas de pinos y tapizada de vides y flores de cambroño, cae la noche en la sierra madrileña. El leve viento mece la oscuridad y trae aromas de incienso y velas. El sol se esconde y majestuosa, magnética y misteriosa emerge la luna. Esa misma luna llena sobre cuyas fases se ajusta cada año el calendario de la Semana Santa para recrear la luz que, en su fase llena, alumbró el huerto de Getsemaní cuando Jesús de Nazaret fue prendido, hoy baña las crestas recortadas de la Sierra de Madrid, las calles y plazas, la silueta de castillos y palacios, los muros de monasterios y de reales sitios, y las aguas dulces de los ríos, pantanos y playas.
Amanece, anochece, y los días van cayendo uno tras otro con su inexorable cotidianidad. Y a pesar de la rutina y la desoladora actualidad que nos sacude a diario, siempre hay quiénes encuentran, estos días, espacio para continuar compartiendo junto al Nazareno, el camino hacia el Gólgota, hasta el lugar donde será clavado sin piedad en una cruz de madera.
Es tiempo de Semana Santa y la devoción y el fervor inundan nuestros pueblos y ciudades. Por callejuelas estrechas, algunas con cuestas muy empinadas, sobre el frío suelo empedrado caminan los pies descalzos de penitentes que también desnudan sus almas. Túnicas de raso y terciopelo, negras, verdes y moradas van flanqueando los pasos, al toque de la campana.
Cada municipio revive la tradición de sus celebraciones litúrgicas y de sus procesiones. La algarabía de las palmas el Domingo de Ramos; la traición de Judas por un puñado de monedas de plata y el prendimiento; Jesús cativo con las manos amarradas, coronado con espinas y descarnada la espalada; escupido e insultado, comienzo de su Pasión más amarga.
El miércoles por la noche el silencio lo inunda todo. Hasta el viento sopla en silencio suaves aromas de cirios e incienso, y trae consigo sabor metálico a sangre y clavos. Sangre roja, clavos negros. La tierra, la Cruz y el Cielo.
Jueves y Viernes Santo, expiración de Cristo y el santo sepulcro. La Virgen rota de dolor, llora entre flores y velas, acompañando el cuerpo sin vida de su hijo, entre escudos romanos, estandartes cristianos y mantillas negras. Y de la negra soledad y la verde esperanza, al blanco de la resurrección. Llegó el tercer día. Es domingo y la luz venció sobre las tinieblas. Cristo ha resucitado.
Es tiempo de Semana Santa y hasta que llegue el tercer día, me uno con humildad, amor y devoción, a los que acompañarán los pasos del Nazareno por el camino del Gólgota, para compartir un poquito el peso de su Cruz y después celebrar la victoria, sobre las tinieblas, de la Luz.
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