No sé ustedes, pero a mí me cuesta mucho conciliar el sueño tras ver las terribles imágenes de los atentados terroristas cometidos por Hamás el pasado 7 de octubre en Israel. Violaciones colectivas de mujeres, asesinato de niños y bebés, jóvenes que fueron a un concierto por la paz y acabaron siendo torturados, asesinados o secuestrados; mujeres mayores ametralladas cuando esperaban el autobús, familias enteras ejecutadas. No dejaron vivas ni a las mascotas. El mal en estado puro.

Un mal que, desgraciadamente, cuenta con demasiados cómplices en Occidente. Todos aquellos que ahora cargan contra Israel por ejercer el derecho de todo Estado a defender a sus ciudadanos frente al terror. Esos que han tratado de negar la decapitación de bebés, verificada por servicios de inteligencia y medios de comunicación.

En el fondo, estos sujetos justifican los crímenes más execrables porque las víctimas son judías. La cosificación. De ahí la importancia de mostrar las imágenes de la crueldad, por más duras y repugnantes que sean. Esto no puede quedarse en un número. No se puede dar la más mínima posibilidad de negar la realidad a quienes apoyan a Hamás o son judeófobos. Europa ya vivió el antisemitismo en el siglo XX. Ese mismo antisemitismo que asoló la parte israelí más cercana a la Franja de Gaza un sábado de octubre de este año.

Cabe recordar, en este sentido, que el nacionalsocialismo alemán era biologicista. En realidad, Hitler fue el impulsor de las bioideologías que hoy las supuestas izquierdas abrazan con fruición. El nacionalsocialismo que pactó con el Gran Muftú de Jerusalén el terror, era judeófobo.

Algunos llevan años tratando de encontrar neonazis. Y resulta que los neonazis son ellos.

Yo, con Israel. Que es estar con Occidente, sus valores, la democracia, la igualdad y la libertad.